La globalización que embrutece
Alberto Noé, sociólogo
Fernanda Abad, El Tribuno

A vuelo de pájaro, la perspectiva de Alberto Noé parece una mirada cargada de nostalgia. Y en realidad no deja de serlo, pero a la vez es mucho más. Este sociólogo y pensador salteño, radicado hace varios años en Brasil, autor del libro "Utopía y desencanto" (de próxima edición) y cofundador de la carrera de Antropología Social en la UNSa, allá por los '70, repasa en esta entrevista el vertiginoso camino cuesta abajo que sufrió la educación universitaria en nuestro país. Recuerda y compara la "modernización desarrollista y creadora" de los años '60 con la "modernización embrutecedora" de la globalización actual. Al final, sin embargo, deja un resquicio para la esperanza (asociado, esencialmente, con las decisiones que se toman en los espacios de poder).

María Fernanda Abad
El Tribuno

De paso por su ciudad natal, se presenta: "Nací en Salta, estudié en la escuela Zorrilla y en el Colegio Nacional. Después, en los 60, me fui a Buenos Aires. Estos años fueron para mí los más importantes porque surgió una generación en la Argentina. De este período rescato fundamentalmente la modernización desarrollista, que fue una modernización creadora. Hoy, en cambio, la globalización sólo propone el embrutecimiento".
Alberto Noé es licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires), especialista en Estudios Latinoamericanos (Universidad Nacional Autónoma de México) y doctor en Sociología (Universidad de San Pablo, Brasil).
Fue docente en la Universidad Nacional de Salta entre los años 1973 y 1975.
Junto a otros destacados profesores, fundó la carrera de Antropología Social que aun hoy se dicta en la universidad. Este equipo fue también el creador del ABC (Año Básico Común) en el entonces Departamento de Humanidades, un innovador sistema que abrió las puertas de la enseñanza superior a alumnos que no habían finalizado el nivel medio.
Trabajó como investigador en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y como coordinador de proyectos de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), Programa Perspectivas de América Latina (PAL). Es, además, autor del libro: "Utopía y desencanto", Editorial Miño y Dávila, de próxima edición.
En esta entrevista, Alberto Noé evoca al pasado y diagnostica el presente como protagonista y testigo. "Estudié con grandes maestros -dice-. Mis profesores fueron historiadores como Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero; sociólogos como Gino Germani, Jorge Graciarena, Miguel Murmis, Juan Carlos Marín, Inés Izaguirre; grandes filósofos como Rodolfo Mondolfo...
Eran los artífices de una universidad donde todo era nuevo, una universidad abierta al mundo". "No es casual que por ejemplo, que en el campo del Psicoanálisis, Lacán apareciera primero en la universidad, porque había una gran divulgador de su obra, Oscar Masotta, que era secretario de redacción de la revista de la UBA. A esa publicación llegaron los primeros artículos de Lacán", ejemplifica. Eran los años finales de la Revolución Libertadora, con Aramburu a la cabeza. Después siguió el gobierno de Arturo Frondizi y luego el otro Arturo: Illia. "Entre el 55 y el 66 la educación universitaria vivió una época de esplendor. Todo era creatividad constante y permanente", dice Noé. Después, en algún momento, la brújula se rompió.
"La fuerza productiva más importante es la educación"
 ¿Qué pasaba en el resto del país?
El gran problema era cómo llevar toda esta innovación al interior. Había un movimiento muy antiguo pro universidad en Salta, del cual yo participé junto a otros amigos. En ese entonces los salteños no tenían universidad propia y tenían que ir a estudiar a otras provincias. Un obstáculo para este movimiento fue que Salta tenía una universidad muy cercana: la de Tucumán. Esto bloqueó por un tiempo la creación de una casa de altos estudios propia, hasta que a comienzos de los años 70, al final del gobierno de Lanusse, se creó la UNSa. Fue una alegría para los salteños que estábamos trabajando en otros ámbitos. Enseguida nos incorporamos al proyecto de un gran equipo. Trajimos toda esta ola renovadora. En el departamento de Humanidades estaban las carreras de Historia, Ciencias de la Educación y Geografía, pero no había Ciencias Sociales. Yo me preguntaba siempre cómo era posible que una provincia con tantas contradicciones, tanta historia y tanta cultura indígena no tuviera Sociología o Antropología. Había buenos historiadores, buenos ensayistas, buenos poetas.  Nosotros veníamos con una especie de envión y deseos de renovar todo. Éramos un grupo de intelectuales académicos, profesores que creíamos que la universidad era un lugar donde se debía producir conocimiento al servicio de la región.
Entonces nos dimos cuenta de que el alumnado no era muy numeroso, y al mismo tiempo pensamos que había una especie de demanda reprimida, en cuanto a gente que no había terminado el bachillerato por diversos motivos. Había pues, una gran vocación frustrada. Como sabíamos que había gente que quería estudiar en la universidad pero no podía entrar por una cuestión formal, decidimos ser un poco iconoclastas y creamos el ABC (Año Básico Común). En ese lapso los alumnos, que en su mayoría eran trabajadores, se nivelaban, se actualizaban. Era un año intensivo, de clases diarias. Funcionaba como una especie de preuniversitario donde los preparábamos para que entren a la facultad con una vocación definida. De esa manera evitábamos deserciones, frustraciones y una serie de problemas que se dan en la actualidad.
Ahí, quien tuvo una participación muy importante fue una pedagoga de Córdoba, María Esther Saleme de Burnichón. Salta fue en los 70 una confluencia de la modernización universitaria.
¿Era una modernización mirando siempre hacia afuera?
Y hacia adentro. La cátedra no era solamente un lugar de discusión donde se construye un ciudadano, sino como un espacio de investigación. El trípode de la universidad: docencia, investigación y extensión universitaria, lo llevamos a cabo.
El ABC fue una propuesta originaria de Salta; no existía en otras universidades. Fue la primera experiencia pedagógica que admitía gente que no había terminado el secundario en la universidad. Los resultados fueron maravillosos y echaron por tierra esa idea de que la gente que no había terminado la escuela media tenía un nivel intelectual menor. Encontramos entusiasmo, inteligencia, creatividad y vocación.
¿Cree que ese sistema funcionaría hoy?
Pienso que funcionaría si existiría un equipo de profesores con una fuerte identificación con este proyecto, como la tuvimos nosotros.
El Ciclo Básico Común funciona en cualquier universidad del mundo; pero el Año Básico Común, no. Nosotros queríamos demostrar que los pobres también piensan. Y ganamos la apuesta.
Pero ahora se trataría de destinatarios con un sentido de la responsabilidad mucho más relajado...
Sí, es cierto que el alumnado ha cambiado. En los años 70, la cultura era letrada basada en el libro; ni siquiera estaba de moda la fotocopia. Entonces los apuntes se tomaban a mano, se grababan, pero el libro era el instrumento de trabajo. La televisión no tenía una importancia tan grande. La de hoy es la cultura de la imagen. Un profesor no puede dar clases si no pasa una película o trabaja con láminas, transparencias o proyector. Yo considero que ésta es una cultura "iletrada", se lee poco y se lee mal. Entonces el vocabulario es pobre, hay un retroceso y hay una modernización que yo llamo embrutecedora.
Cuando habla de "ésta", ¿se refiere a la cultura latinoamericana, argentina...?
A América Latina en general, y a Argentina en particular. Esta involución de la universidad se ha dado en varios países latinoamericanos. En el caso nuestro, la pregunta es la siguiente: ¿cómo se representaba Argentina en el imaginario cultural latinoamericano hasta los años 60? Como un país de clase media, letrado, que no tenía analfabetos. ¿Qué pasó? Pasó que en pleno siglo XXI estamos en una etapa regresiva donde aparece el analfabetismo. Hoy en día, la globalización es una modernización embrutecedora porque los alumnos no piensan.
En los años 70, nuestro objetivo era que aprendieran a pensar. Detrás de esta meta estaba la figura de Paulo Freire y estaban los libros. Hoy en día, no. Están las fotocopias; los profesores no tienen mucha identificación con el trabajo que hacen; hay un supermercado de materias donde los alumnos están perdidos; y sobre todo, se ha perdido la investigación. Nosotros le enseñábamos a los alumnos a investigar. Pienso que, lamentablemente, esta globalización es una vuelta a la barbarie. El problema fundamental es que los alumnos no quieren ni saben pensar. Pero este problema también tiene que ver con cambios que se han producido en la estructura familiar. Hoy se observa una especie de "tercerización" de la socialización en la familia. Los padres le dejan esta tarea al maestro, al profesor, a la televisión, a las clases de inglés, de danza, de fútbol... El docente no puede ser responsable de la socialización del chico; los responsables son los padres.
Otra pregunta es: ¿existe una correlación entre riqueza material y riqueza cultural? Cuando hablamos de modernización embrutecedora hablamos también de una pobreza cultural en el hogar. En el ámbito familiar no se lee, no se discute, todos ven el mismo programa de TV... Y acá entran todas las clases sociales. El embrutecimiento afecta a todos.
La falta de lectura significa un universo lingüístico y un vocabulario reducido. Entonces los alumnos no saben pensar, no saben hablar, no saben escribir. No solamente no saben escribir en un sentido lingüístico o gramatical, sino que no saben hacerlo lógicamente. En los 60 y 70 queríamos que los alumnos tuvieran un pensamiento crítico en base a un pensamiento lógico y científico. Eso se ha perdido y recuperarlo llevará décadas. Hoy, el conocimiento y la educación son las fuerzas productivas más importantes de la economía contemporánea. Pensemos qué era Corea 40 años atrás: una sociedad semifeudal. Hoy produce automóviles, microelectrónica, tecnología de punta y está entre los países emergentes. ¿Por qué? Porque han invertido masivamente en ciencia, tecnología y educación.
¿Se ha invertido para educar a la gente o para formar trabajadores?
Buena pregunta. Le diría que para las dos cosas. Ha formado a su gente y llegó a "exportar" a sus egresados para que continuaran sus estudios afuera, porque el país no tenía una tradición de doctorados. Además formó trabajadores, pero ya venía con un capital cultural acumulado de siglos, porque la cultura oriental tiene que ver con la tercera revolución industrial. Hoy no se necesita destreza física, como en la película de Chaplin "Tiempos modernos"; se necesita destreza intelectual y mucha paciencia. Japón, por ejemplo, es el país con mayor tiraje de diarios en el mundo, porque todo el mundo lee. Ser analfabeto hoy es haber perdido el tranvía de la historia.
La universidad es el lugar privilegiado para la producción de conocimiento al servicio de la comunidad y de la región. El gobierno tiene la oportunidad histórica de sacar al país adelante a través de la universidad. Necesitamos voluntad política para entender que uno de los elementos fundamentales para sacar a la Argentina del estado en que está es la educación.