Libro - Utopía y desencanto. Creación e institucionalización de la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Miño y Dávila Editores

PRIMERA PARTE

De la universidad de las sombras a la universidad de las luces



En 1955 el segundo gobierno de Juan Domingo Perón estaba en crisis y en septiembre de ese mismo año una insurrección cívico-militar - que históricamente se conoce con el nombre de Revolución Libertadora -, liderada por el general Eduardo Lonardi, primer presidente del gobierno militar, puso fin a este mandato. La insurrección no sólo produjo el derrocamiento de Perón, sino que también trató de desmantelar el modelo político imperante durante los diez años anteriores. Sin embargo, esto tuvo un éxito discutible, porque no pudo institucionalizar un modelo alternativo (Cavarozzi, 1983).
El fin del primer peronismo arrasaba con un orden legítimo sostenido por una alianza de intereses, expresada en el bloque populista de poder que Perón había articulado entre:

Los industriales marginales, los intelectuales radicales de derecha, los grupos tradicionales de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas con inclinación falangista, versión hispánica del fascismo, las nuevas masas compuestas principalmente por los recién llegados del campo y por los sectores bajos de la clase obrera urbana que hasta entonces nunca habían sido organizados y también por muchos antiguos sindicalistas que se incorporaron a la coalición en cuanto resultó evidente su carácter populista (Di Tella, 1970: 212).

En la medida en que los intereses que confluían en esa alianza comenzaron a manifestar crecientes contradicciones entre sí, el bloque populista entró en un proceso de descomposición.
Finalmente, menos por la fuerza de sus enemigos que por su propia incapacidad para ajustarse a las nuevas condiciones nacionales e internacionales, fue derrocado por una conjura dirigida por el Ejércit.o y apoyada por la Marina la que jugó un papel mucho más disuasivo que efectivo en el enfrentamiento.
A partir de la caída del peronismo, ninguna experiencia gubernamental en el período 1955-66 logró satisfacer los requisitos mínimos necesarios para sostener un orden estable porque:

Faltó una ecuación política capaz de articular a la Sociedad con el Estado, de establecer mecanismos de exclusión y de recompensa, de fundar una legitimidad reproductora del sistema, basada en la fuerza y también en el consenso (Portantiero, 1977:532).

Es necesario no olvidar que el modelo peronista estaba basado también en la relación directa entre líder y masas, que había hecho de Perón el depositario único de la representación del pueblo. Este fenómeno tuvo como efecto que los canales parlamentarios y partidarios fueran permanentemente relegados y perdieran relevancia en el escenario político. El peronismo en el poder (1946-55) tendió a considerar las actividades de los partidos de oposición y de las organizaciones profesionales y sindicales no peronistas, como manifestaciones de intereses sectoriales ilegítimos. Consecuentemente, el gobierno obstaculizó en forma creciente tales actividades, tanto dentro como fuera del parlamento.
A la caída del peronismo, también los lideres del gobierno de la llamada Revolución Libertadora caracterizaron al gobierno depuesto como una “dictadura totalitaria” y, en consecuencia, levantaron los estandartes de la democracia y la libertad, proponiéndose como objetivo el restablecimiento del régimen democrático.
El derrocamiento del gobierno peronista fue promovido por un amplio frente político que incluyó a todos los partidos no peronistas, los representantes corporativos e ideológicos de las clases medias y las burguesías urbana y rural, las fuerzas armadas y la Iglesia Católica. Sin embargo, los miembros del frente antiperonista persiguieron objetivos dispares. A pesar de esto, el frente pudo mantenerse unido durante un cierto tiempo, bajo la bandera de la “democracia”, que fue levantada oponiéndola al carácter dictatorial y totalitario atribuido al peronismo.
Y el período posperonista se caracterizó por la inestabilidad política entendida como:

Una situación de poder, que en combinación con un conjunto de problemas originados en la estructura social y económica del país, da como resultado el fracaso reiterado de formar coaliciones suficientemente amplias y estables para sustentar no solamente un grupo en las posiciones formales y de mando, sino un gobierno que gobierne de hecho (Velazco e Cruz, 1979:20).

Por otra parte, la inestabilidad política argentina puede leerse también a través de la lógica del “empate social” que caracterizó al escenario político:

La inmovilidad política argentina puede ser explicada porque los distintos contendientes por el poder - los grandes terratenientes, los industriales, el ejércit.o, la Iglesia Católica, las clases medias, los intelectuales, los sindicatos y el Partido Peronista- no logran liquidarse unos a otros, aunque durante las últimas tres décadas lo intentaron a fondo. En ocasiones, uno u otro de estos grupos parece a punto de triunfar, pero la sociedad se resiste con energía y se restablece un empate social. Cada uno de los grupos tiene suficiente energía como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerza necesarias para dirigir el país como le agradaría (Di Tella, 1970:205).

La primera crisis institucional del gobierno de la Revolución Libertadora se produce a pocos meses de su instalación en el poder, con el derrocamiento del presidente Eduardo Lonardi. ¿Cuáles fueron las condiciones que explican su caída?
En primer lugar, hay que tener en cuenta la heterogeneidad político-ideológica de la composición de su gobierno, donde coexistían dos grupos que fueron rivales tradicionales en la escena política argentina: liberales y nacionalistas de derecha.
Estos últimos estaban marcados fuertemente por la ideología integrista , el estado corporativo y con connotaciones que provienen del catolicismo conservador. Despreciaban la democracia, porque veían en ella la resultante inevitable del liberalismo, y defendían un Estado autoritario cuya fuente de inspiración era Maurras.
El discurso del nacionalismo oligárquico antiliberal tiene como referencias básicas el clericalismo, el culto de la hispanidad, la continuidad de los valores coloniales y el autoritarismo. Hay que recordar que uno de los actores políticos que apoyó la alianza populista del peronismo fue, precisamente, la Iglesia Católica, aunque numerosos cuadros formaron parte, efectivamente, del gobierno de Perón. Pero cuando el modelo peronista llegaba a su fin, la Iglesia se retiró de la alianza populista, que fue marcada por el enfrentamiento de Perón con la jerarquía católica a partir de 1954, un año antes de su caída, y se sumó al frente antiperonista, triunfante en 1955.
El conflicto de Perón con la Iglesia Católica adquirió caracteres cada vez más dramáticos en la primera mitad de 1955. La reforma constitucional, destinada a separar la Iglesia del Estado, fue anunciada reiteradamente; se hizo evidente que la ruptura con la Iglesia, iba a ser ocasión de una nueva prueba de fuerza entre el gobierno peronista y la oposición.
Si bien durante el gobierno de Lonardi estos grupos antagónicos, liberales y nacionalistas integristas, pugnaban por imponer su hegemonía, el presidente Lonardi se alineó con el grupo nacionalista católico conservador, que tenía una política diferenciada con relación al peronismo: la ilusión de construir un bloque corporativo, donde se integraran los militares con la clase obrera, un antiguo deseo del nacionalismo integrista. Y es necesario recordar también, en este nivel de análisis, que el derrocamiento final del peronismo fue producido por un enfrentamiento bélico, ya que las fuerzas armadas argentinas se dividieron en dos sectores, “leales” y “rebeldes”. El arma que definió la caída del peronismo fue la Marina, liderada por el almirante Isaac Rojas, que ejerció la vicepresidencia del gobierno de la Revolución Libertadora. Rojas apoyó a los grupos liberales, con una postura fuertemente antiperonista, que se enfrentaba con la política de los nacionalistas que respaldaban a Lonardi en su intento de cooptar a los cuadros peronistas.
La nueva situación presentaba al peronismo como “masas en disponibilidad”, debido a que Perón partía para su largo exilio. El grupo liberal, por su parte, trató de contrarrestar la acción de los asesores de Lonardi, pertenecientes al grupo nacionalista de derecha y también a los proyectos del presidente provisional, apelando a un nuevo recurso: la creación de la Junta Consultiva, constituida por los representantes de los partidos políticos opuestos al gobierno derrocado y presidida por el almirante Isaac Rojas.
La Junta Consultiva tenía la finalidad de afirmar la orientación liberal y democrática del nuevo poder y de esta manera, quedaban excluidos los grupos nacionalistas, ya que no tenían representación partidaria.
Si bien, estos antecedentes permiten explicar la caída de Lonardi y del grupo nacionalista católico, un incidente menor provocó su desenlace:

El presidente Lonardi, decidido a retomar la iniciativa, se proponía desdoblar los dos departamentos que el peronismo había reunido en el Ministerio del Interior y Justicia. La decisión, aparentemente administrativa, acarrearía la renuncia del titular de ese ministerio fundamental, ya que era un ministro bien visto por los liberales y que de esa manera podría ser reemplazado por dos nacionalistas alterando así el equilibrio del gobierno, pero la maniobra fue desbaratada por la acción firme del vicepresidente Rojas, y el 13 de noviembre, Lonardi presentó su renuncia (Rouquie, 1982: 128)

Lonardi fue reemplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu. El programa del nuevo presidente incluía un objetivo esencial: “suprimir todos los vestigios del totalitarismo para restablecer el imperio de la moral, de la justicia, del derecho, de la libertad y de la democracia” como estaba establecido en las directivas básicas del régimen militar .
Las primeras medidas del presidente Aramburu marcaron claramente el carácter restaurador del régimen: la CGT fue intervenida y todos los sindicatos integrantes de la central obrera siguieron el mismo camino, sus dirigentes fueron encarcelados y se prohibió la existencia del Partido Peronista, que fue disuelto.
Aramburu metaforizó estas medidas afirmando que “la democracia era asunto de los demócratas”, lo cual significaba la intención de retrotraer a la Argentina a la situación anterior al peronismo, para retomar la tradición liberal, que implicaba:

El sueño de un retorno al mundo anterior a 1943 o incluso a 1916, con la creación de las bases de un crecimiento capitalista en favor de la elite oligárquica y sus aliados, en detrimento de las clases populares y sus posibilidades de movilización y participación (Kaplan, 1987:295).

Sin embargo, era imposible la “búsqueda del tiempo perdido”, ya que el gobierno peronista había acelerado un proceso de cambio social y económico que se gestaba hacía más de un cuarto de siglo. Y esa aceleración había modificado no sólo la fisonomía del país sino también su estilo político: se había constituido una sociedad de masas. Estos cambios no tuvieron resonancia en los lideres militares ya que la respuesta del gobierno de la Revolución Libertadora fue la restauración de una democracia formal.

El peronismo en el imaginario político e intelectual

Si el peronismo obstruyó el proyecto restaurador de la Revolución Libertadora y los proyectos de los gobiernos siguientes hasta 1966, es importante para nuestro análisis preguntarnos lo siguiente: ¿cómo se presentaba el peronismo en el imaginario de la izquierda tradicional y de los grupos liberales, y también en el campo intelectual, específicamente, entre los intelectuales antiperonistas, antes y después de la caída de Perón?
La interpretación del fenómeno peronista  dio lugar a una serie de debates y controversias en el campo intelectual y en el escenario político, donde predominaron diversas interpretaciones y lecturas, que apuntaban al carácter “populista”, “fascista” y “totalitario”, realizado por intelectuales y políticos liberales y de la izquierda tradicional. La izquierda tradicional y los grupos liberales, en la Argentina de los años fundacionales del peronismo, sostuvieron la posición antiperonista, como una lucha contra el fascismo. Esta postura aparece claramente a través del análisis del peronismo por parte de Vitorio Codovilla, líder del Partido Comunista Argentino durante casi veinte años.
Codovilla participó activamente en la Unión Democrática, la coalición antiperonista formada por partidos liberales, conservadores y la izquierda tradicional, que fue derrotada en las elecciones de 1946 por la fórmula que encabezaba Juan Domingo Perón. Durante la campaña electoral, Codovilla afirmó que:

En este momento estamos librando con retraso nuestra batalla contra el fascismo y su variante nacional, el peronismo. Estamos frente al fascismo, no lo olvidemos en ningún momento, los nazi-peronistas han lanzado la desafiante consigna de: "reviente quien reviente, Perón será presidente". ¿Cuál es el significado de esta consigna? El de preparar el clima necesario para que los fascistas puedan imponerse por la fuerza contra la voluntad del pueblo (Codovilla cit. Peña, 1986:11-12).

Si la caracterización del peronismo como un movimiento totalitario fue durante muchos años la versión más corriente en la izquierda argentina, algunas voces se levantaron dentro de la propia izquierda, caracterizando al peronismo como un “régimen bonapartista” que no pudo ocultar el fracaso de su intento por colocarse sobre las clases sociales y funcionar como árbitro del conflicto social. Su contenido efectivo revelaba, al fin de cuentas, una gestión en que un gobierno conservador aparecía como si fuera revolucionario. Y desde el movimiento estudiantil, que tuvo un papel relevante en la oposición al peronismo, sus dirigentes compartían la lectura que hacían del peronismo los grupos liberales y los sectores de la izquierda, que lo caracterizaban como un régimen totalitario. Si estas fueron las interpretaciones predominantes en el campo intelectual y en los grupos políticos antiperonistas, otras lecturas e interpretaciones aparecieron posteriormente, sobre todo a la caída de Perón, que sostenían lo contrario: el peronismo no era la versión local del fascismo, ya que en los países donde predominó el “nazi-fascismo”, el totalitarismo asumió un carácter anti-obrero, liderado por una “élite de forajidos”, como nos lo recuerda Harold Laski, con el apoyo de la clase media.
Esto es muy importante: los fascistas perseguían a los obreros, los eliminaban; por el contrario, el peronismo los protegía con leyes que ampliaban su horizonte de libertades o derechos laborales.
Para Gino Germani, “héroe modernizador” de la sociología argentina, el peronismo sería un movimiento “nacional-popular”, donde la "nueva clase obrera" jugó un papel fundamental, ya que:

Las contradicciones en la ideología y la heterogeneidad en las bases sociales marcaron el comienzo del peronismo: las clases medias, la oligarquía, los partidos políticos - desde los comunistas hasta los conservadores- lo combatieron como una forma de fascismo y en ello coincidía la opinión publica internacional, inclusive la de los científicos sociales, para quienes se trataba de un "fascismo de la clase obrera", un "fascismo de izquierda", verdadera paradoja histórica si recordamos que el fascismo europeo, claramente ubicado en la extrema derecha, se fundaba en las clases medias y altas, y destruyó sindicatos y partidos obreros, es decir, precisamente lo que formaba el baluarte del peronismo (Germani, 1992:1).

La interpretación de Germani inaugura una lectura singular: sus interlocutores forman parte del campo intelectual antiperonista, muchos de ellos nucleados en el Colegio Libre de Estudios Superiores, institución en la cual participó Germani y donde presentó en 1956, su interpretación sobre el peronismo. Fue el primero en destacar la diferencia entre el fascismo y el populismo peronista.
¿Por qué Germani propone una lectura singular del peronismo, en un escenario donde predominaba la interpretación del peronismo como un régimen fascista o "bonapartista"? Esto resultó fundamental, dado el papel que jugó Germani en la creación de la carrera de Sociología: “el peronismo no es fascismo”.
Germani había vivido el fascismo en Italia, circunstancia que lo marcó en su trayectoria intelectual. De hecho, por su postura y su militancia antifascista fue confinado y encarcelado en Italia, destino que tuvieron muchos intelectuales antifascistas. Cuando en 1937 emigró a la Argentina, desde su soledad de intelectual emigrado, sistematizó su experiencia en una serie de trabajos sobre la temática del totalitarismo . Pero, al mismo tiempo, produjo varios textos sobre los cambios sociales y políticos en la Argentina, basados en investigaciones empíricas que lo llevaron a distinguir el fenómeno peronista del fascismo europeo.
Esta interpretación tuvo un fuerte impacto en el campo intelectual argentino, porque fue la primera en distinguir la diferencia sustantiva entre peronismo y fascismo. Provocó una serie de controversias y debates que fructificaron posteriormente en investigaciones, que si bien, en algunos casos, se diferenciaban de la lectura germaniana, posibilitaron una apertura para la explicación del fenómeno peronista .

La tradición universitaria en la argentina y la transición en la Universidad de Buenos Aires

Si la restauración fue el centro del interés del régimen de la Revolución Libertadora, esto no significa que tras la caída de Perón en 1955 la universidad haya atravesado sin traumas el proceso restaurador del régimen imperante.
Intentar esclarecer esta cuestión nos lleva a formular una serie de interrogantes sobre la transición en la universidad, específicamente en la de Buenos Aires: ¿que había ocurrido con la UBA a la caída de Perón? ¿Quiénes fueron los actores que la dirigieron? ¿Cuáles fueron los proyectos y los obstáculos para su puesta en marcha?
Para responder a estos interrogantes, creemos necesario ampliar esta cuestión a partir de un análisis retrospectivo sobre el papel de la universidad y del movimiento estudiantil en la Argentina. Como punto de partida, es importante subrayar la importancia social de las universidades argentinas, vinculada al papel que tuvieron en la organización política y cultural de las clases medias en ascenso.
Ha habido épocas en que la universidad ha coincidido aproximadamente con la vida intelectual; en otras, por el contrario, ha sido sólo un componente parcial de ella, y lo más vivo y creador del pensamiento ha ocurrido al margen del ámbito universitario.
En la Argentina, esas épocas coinciden casi sin excepción con cambios de régimen político.
También es necesario destacar que el control de la universidad fue el objeto de conflictos directamente políticos, antes de ser la base de creación de un sistema de valorización cultural propio .
La Reforma Universitaria de 1918 - iniciada en Córdoba por el movimiento estudiantil, y expandida por toda América Latina - tenía como eje fundamental la transformación de la universidad pública en una doble dirección: democratización y modernización. La primera se refiere a la autogestión institucional a través de tres actores: profesores, estudiantes y graduados, subrayando la autonomía universitaria como demanda principal. La segunda, tiene que ver con los cambios operados en la Argentina en las primeras décadas del siglo XX que encuentran a la universidad con un retraso considerable (Sigal, 1991).
La renovación universitaria de 1918 dio lugar a la constitución del Movimiento Reformista, que incluía un amplio abanico donde coexistían grupos liberales y las diversas corrientes de la izquierda argentina.
El presidente radical Hipólito Yrigoyen, primer mandatario elegido por elecciones democráticas a través del voto universal, secreto y obligatorio, institucionalizó en 1918 el régimen tripartito de gobierno de la universidad publica (profesores, estudiantes y graduados) mediante el ejercicio electoral. A través de la Asamblea Universitaria, los representantes de los claustros, elegían al rector que presidía el Consejo Universitario, instancia superior del gobierno de la institución.
La Reforma Universitaria de 1918, fue también la expresión del ascenso de las clases medias, que se habían formado rápidamente debido a la acción principal de tres factores: industrialización precoz, acelerado proceso de urbanización y grandes migraciones externas. Si se atiende con más cuidado a la cronología de la Reforma con relación a las clases medias, se puede advertir que, hacia 1918, éstas ya habían logrado la realización de una parte substancial de su proyecto político.
Dos años antes de que se produjera la Reforma, dieron un paso decisivo con el triunfo electoral que consagró presidente a Hipólito Yrigoyen, un líder de masas que representaba un abanico de fuerzas políticas y sociales en las que las clases medias urbanas y rurales tenían un peso decisivo. La influencia política de las clases medias tradicionales gravitaba desde mucho antes, aunque estrechamente ligada a la dominación oligárquica. Sólo después de 1912, con la reforma electoral que posibilitó la instauración del voto universal y obligatorio, las clases medias de origen inmigratorio contribuyeron a modificar la composición del parlamento argentino.
La Reforma fue la expresión rezagada de un proceso que ya había alcanzado su culminación en otras esferas, y que se había realizado en lo que era circunstancialmente más importante, que fue la conquista del poder político. Aunque la alianza en que dominaban las clases medias no pudo luego conservar el poder, mientras lo mantuvo, se sirvió de él para concretar gran parte del proyecto de la Reforma, mediante acciones que incluyeron nuevos estatutos universitarios y una reforma bastante amplia del régimen de estudios, las carreras y la organización universitaria. Las aspiraciones de estas clases medias en ascenso se encarnaron profundamente en los objetivos de la Reforma, tanto en la universidad como fuera de ella.
La modernización universitaria y también la secularización como en la Universidad de Córdoba, donde la dominación clerical era un medio para la dominación oligárquica, fueron unas transformaciones imprescindibles en una sociedad como la Argentina, que había cambiado profundamente y en la que - no hay que olvidarlo- el nuevo estilo de dominación que las clases medias habían ayudado a establecer, hacía perentoria la redefinición de las funciones de la universidad.
Una universidad oligárquica no tenía ya cabida en una sociedad que se masificaba. Por otra parte, la modernización universitaria originada en Córdoba por el movimiento reformista, postuló como una de sus demandas más relevantes a la autonomía universitaria, que resultó esencial en la estructuración de ese movimiento político-cultural que se manifiesta públicamente en las primeras décadas del siglo XX. En realidad, la autonomía caracteriza todo proceso de organización universitaria , pero el movimiento de la Reforma Universitaria de 1918 la había integrado a la exigencia de representación igualitaria, el gobierno tripartito de profesores, graduados y estudiantes. Buscó también separar la universidad del Estado, reivindicando así el autogobierno, sin renunciar por ello a la idea de una enseñanza concebida como un servicio público y gratuito monopolizado por el Estado.
Esto tuvo consecuencias singulares en la historia de los intelectuales en la Argentina. Precisamente esa reivindicación fue esencial en la estructuración de la universidad argentina que se manifiesta públicamente desde 1918 hasta 1966.
En la Argentina, la autonomía universitaria consistía fundamentalmente en que la corporación universitaria fuera la única habilitada para designar sus autoridades, sin injerencia de otras instancias estatales.
En este sentido, podía ser defendida por tendencias muy diferentes en otros aspectos, puesto que podía legitimarse en discursos de raíces opuestas, pero la piedra de toque del programa reformista era la participación estudiantil en la conducción institucional, bajo la forma canónica del gobierno tripartito e igualitario de estudiantes, graduados y profesores.
Históricamente, la exigencia de autonomía de la Reforma Universitaria de 1918 fue inseparable del proyecto de reproducir en la universidad el modelo político democrático. El Manifiesto Liminar , documento fundacional de la Reforma Universitaria del ‘18, lo hizo explícit.o en términos que son inseparables de la cultura política de su tiempo, de la posguerra, de las revoluciones rusa y mexicana y de la democratización política argentina consagrada en 1916.
La elección de Hipólito Yrigoyen, de la Unión Cívica Radical, como primer presidente elegido a través del ejercicio del voto universal y obligatorio, contrastaba con el orden universitario tradicional vigente en la antigua Universidad de Córdoba, donde los estudiantes se alzaron afirmando públicamente sus demandas democratizadoras, tal como aparecen en el Manifiesto Liminar:

La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente universitario y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes (La juventud universitaria de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica -Manifiesto Liminar, cit. Ciria, A. y Sanguinetti, H. 1984:51).

En 1918, la rebelión de los estudiantes de Córdoba contra un poder conservador y frecuentemente sometido a los dictámenes eclesiásticos, pudo unificar la exigencia de democracia universitaria con los objetivos de modernización, innovación y creatividad cultural. En el mismo texto fundacional sostienen que:

Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos (...) Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes, que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático (...) Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercit.ada en contra de la ciencia, (Manifiesto Liminar, ob.cit.: 49-50).

El movimiento reformista del 1918 le atribuye también a la universidad un papel fundamental en la transformación de la sociedad, rol que supone una exterioridad primera respecto a lo social.
La universidad es concebida como un agente de cambio y esa pretensión, implícit.a de exterioridad, plantea inevitablemente una cuestión central: sus condiciones de existencia en una sociedad desigual donde las reglas del juego político fueron violadas en numerosas ocasiones. Las perturbaciones que sucedieron a los golpes de Estado de 1943, 1955 y 1966 así lo prueban (Sigal, 1991).
Si aquí se adopta como parámetro el análisis del régimen peronista emergente del golpe de Estado del 4 de Junio de 1943, que derrocó al gobierno conservador, es porque este período tiene gran importancia para comprender el siguiente, que se abre con la caída del peronismo, producido por un golpe militar que instauró el régimen de la Revolución Libertadora en 1955, y que se extiende hasta el golpe de Estado de 1966, que lideró el general Juan Carlos Onganía.
Los antecedentes de esta periodización se pueden encontrar en el golpe militar de 1930, el primero que se produjo en la Argentina durante el siglo XX, liderado por el general José Félix Uriburu, que derrocó al presidente Hipolito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical. Entre los objetivos fundamentales del golpe del ‘30 figuraban:

Poner en orden al país y las universidades, ya que las casas de estudio dejan de ser establecimientos destinados exclusivamente al cultivo de las disciplinas científicas cuando se da cabida en ellas a doctrinas filosóficas, ya sea el materialismo histórico, el romanticismo rusoniano o el comunismo ruso, que la apartan de la actividad intelectual en el sereno y ordenado examen de los fenómenos de la vida que constituyen la ciencia, para convertirlas en focos de proselitismo interesado y de pasiones violentas (Uriburu cit.Agosti,1982:217).

La década del ‘30 hasta el golpe del ‘43 constituye un período denominado por la historiografía argentina como la “década infame”, metáfora que condensa la sucesión de gobiernos conservadores, producto del fraude, clientelismo, proscripción y persecución a los partidos populares.

Vulnerabilidad institucional: las universidades públicas

Sin embargo, fueron los acontecimientos posteriores al golpe de Estado de 1943 los que mostraron con mayor claridad la vulnerabilidad de las instituciones universitarias que fueron intervenidas para poner un freno a su activa y abierta oposición al nuevo régimen. La persecución al campo universitario se montó sobre una actitud muy ideológica y de principios, que es la de los nacionalistas de derecha:

Que están en el ‘43, como están siempre en todo golpe militar al principio. Los nacionalistas de derecha hacen una lucha frontal contra los profesores del campo progresista. Después el peronismo, lo que trata de hacer realmente es terminar con todo tipo de oposición que se le ocurriera decir cosas molestas, entonces efectivamente hubo una serie de persecuciones (Murmis, 1990:35).

Se produjo así la renovación de las líneas de conflicto que estaban presentes a principios del siglo XX y activadas a partir del golpe de 1930.
En verdad, en ese momento se puso en marcha un mecanismo de determinación recíproca que selló las bases de la vulnerabilidad de las universidades, pero también la de su contrapartida, la constitución de un cuerpo universitario como actor político, mecanismo éste que se consolidará a lo largo de los cuarenta años siguientes. El régimen militar instaurado en 1943 trató de imponer ideas provenientes del nacionalismo católico integrista, en algunos casos francamente fascistas. Por otra parte, hay que recordar que el avance irresistible de la influencia católica desde fines de los años 20 dejaba también su marca.
Parecía tratarse de seguir el consejo hobbesiano, obligando a las universidades a “enmarcar y dirigir sus estudios al objetivo del afianzamiento de la absoluta obediencia a las leyes del rey” (Sigal, 1991). Con el golpe de 1943, todas las universidades fueron intervenidas. Sin embargo el gesto simbólicamente más importante fue el decreto de enero de 1944 mediante el cual se restablecía la enseñanza obligatoria de la religión católica en el sistema educativo argentino, retrocediendo respecto de la leyes laicas de 1884.
Es conveniente subrayar la importancia de esa legislación, ya que las leyes del presidente Julio Argentino Roca de 1884 relativas al registro civil y a la desaparición de las clases de religión de la escuela oficial:

Fueron la primera crisis ideológica que afectó al consenso de la Argentina contemporánea (...) En el paroxismo del conflicto suscitado por las reformas se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Los tradicionalistas organizaron la Unión Católica y condujeron una intensa polémica contra las nuevas leyes, que interpretaban como el programa masónico de la revolución anticristiana (Buchrucker, 1987:29).

Lo que había sido sólo influencia de las elites católicas y nacionalistas de derecha - que se habían fortalecido también en la Argentina desde fines de los años ‘20 y durante los años ‘30 - se convertía, entonces, en política gubernamental. En este período, los que dominaron la universidad negaron sistemáticamente - por primera vez en su historia- principios que, como el de libertad de cátedra, habían logrado sobrevivir a lo largo de toda ella, aun en medio de la desatada intolerancia política. Afirmaban - también por primera vez - que la universidad debía ser puesta al servicio de un determinado ideal cultural, en el que se continuaba un ideal religioso y político (Oteiza, 1990). En 1945, vísperas del primer gobierno peronista, a pesar de cierto retorno a la normalidad - que reflejaba el cambio de orientación del gobierno militar como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial - estudiantes, profesores y autoridades universitarias se alzaron reclamando la restitución de las libertades democráticas en el país, y el retorno a los principios de la Reforma Universitaria en la universidad. Más de 300 profesores fueron expulsados por haber firmado un manifiesto antigubernamental, pero la cifra aumentó. Entre 1943 y 1946 (año en que se realizaron las elecciones generales y en las cuales triunfó el general Juan Domingo Perón) 1.200 profesores universitarios fueron excluidos (un tercio del cuerpo docente), 423 fueron echados y 823 renunciaron. Los universitarios se integraron al bloque opositor a la candidatura de Perón y fueron activos antagonistas al gobierno peronista. La agitación estudiantil prosiguió después de las elecciones de 1946 y durante todo el período peronista (1946-1955).
El movimiento estudiantil reformista fue uno de los actores políticos más importantes en la oposición a Perón, lo que desde una perspectiva sociológica implica que uno de los focos más activos y beligerantes de la resistencia antiperonista estuvo en las universidades, en donde la movilización opositora de estudiantes y profesores fue masiva. El comportamiento de las universidades respondía muy de cerca al de las clases medias. Tanto unas como otras fueron consecuentes en un antiperonismo que no estuvo desvinculado. En efecto, como nos recuerda Graciarena (1990), Perón nunca pudo controlar a las universidades porque no pudo atraer a las clases medias.
La política que implementó el peronismo en la universidad comenzó con la reestructuración del cuerpo docente. Sustituyó a los profesores expulsados o que renunciaron por su abierta oposición al régimen político, e incluyó a docentes que en su gran mayoría provenían del nacionalismo católico conservador, de origen católico, portadores de una ideología antiliberal y antimarxista y las organizaciones estudiantiles fueron declaradas fuera de la ley.
Hay que destacar que en el período 1945-1955, la Universidad de Buenos Aires estuvo controlada por grupos nacionalistas católicos de derecha que estigmatizaron con la denominación de “comunistas” a los portadores de ideologías innovadoras. En 1947 se puso en vigencia la ley universitaria 13.031, que suprimía gran parte de lo obtenido gracias a la Reforma Universitaria.
La nueva ley universitaria anuló en los claustros la autonomía, el gobierno tripartito y, especialmente, la participación estudiantil. Establecía un régimen autoritario-vertical y corporizante, imponía el apoliticismo aparente, prohibía la política y proscribía a la Federación Universitaria Argentina, las federaciones regionales y los centros de estudiantes. Además, legalmente quedaba prohibido invocar o usar la condición universitaria en actividades políticas, la docencia y la investigación en las universidades. La legislación peronista en la universidad, anuló prácticamente todas las conquistas del movimiento reformista, en especial la participación de los estudiantes en el gobierno universitario y la elección de las autoridades universitarias por los profesores; los rectores fueron nombrados directamente por el gobierno nacional y los decanos, por los profesores. El nivel y la calidad de los estudios en la Universidad de Buenos Aires bajaron significativamente, mientras que tomaban cuerpo dentro de la ideología oficial un prejuicio antiuniversitario y una concepción que convertía en objeto principal de la política en el campo intelectual (en este caso en la universidad) la eliminación de los factores de perturbación. Perón expresó esta concepción de la siguiente manera:

El profesor debe enseñar; he ahí su función; el estudiante, aprender; he ahí su tarea. Logrado esto, se tendrá solucionado el más importante de los problemas. Hemos visto ya las lamentables consecuencias que lleva aparejada la introducción de la política dentro de los elementos universitarios; y por eso el Gobierno no está dispuesto, ni habrá de tolerar, que sus claustros vuelvan a convertirse en comités de acción política (Perón cit. Tedesco, 1972:215)

Ese objetivo de despolitización universitaria se explica en función de la fuerte oposición que el peronismo encontraba por entonces en la universidad. La resistencia estudiantil al peronismo había sido articulada por la Federación Universitaria Argentina (FUA) y en Buenos Aires por la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), que se habían unificado en la oposición al régimen peronista.
En el imaginario del movimiento estudiantil, el peronismo representaba la versión argentina del fascismo, en colisión con las posturas políticas del movimiento estudiantil que en la lucha contra el nazi-fascismo se había embanderado con las fuerzas democráticas. Esto implicó un desafío muy concreto, que actuó como aglutinante tanto de la organización del movimiento estudiantil reformista como también de sus metas. En los últimos años del gobierno peronista, la FUA y la FUBA contaron con el apoyo de los estudiantes católicos, quienes se habían alejado del integrismo y se habían organizado en la Liga Humanista, durante la crisis entre la Iglesia Católica y el gobierno, en las vísperas de la caída de Perón.
Esta circunstancia permitió ampliar el bloque opositor estudiantil y permitió dejar atrás las diferencias que los separaban, principalmente el rechazo de los humanistas hacia la politización del movimiento estudiantil y el desacuerdo con el gobierno tripartito e igualitario de profesores, egresados y estudiantes, corazón de la plataforma reformista. El gobierno peronista recurrió, frente al continuo hostigamiento, a procedimientos nuevos para la época: exigencia de un certificado policial de buena conducta para la inscripción o la prosecución de los estudios, o policías de civil omnipresentes en las aulas.
En la universidad peronista, había que hacer un curso de Formación Política, que era una apología del peronismo. Los alumnos que no hacían ese curso, por diferentes razones, tenían obligación de preparar monografías, sobre la Tercera Posición justicialista, equidistante entre el capitalismo y el comunismo, que eran requisito indispensable para la graduación.
Los cuadros que dirigieron a la Universidad de Buenos Aires durante la década peronista provenían del nacionalismo conservador de origen católico, portadores de una ideología antiliberal y antimarxista.

Además, su adhesión política les restaba objetividad para el desempeño de las funciones universitarias, lo que implicó: un daño enorme que consistió en las cosas urgentes que no se hicieron, en los estudios que no se emprendieron, en las iniciativas que no se tomaron, que restó consecuencias a la presencia en la Universidad de Buenos Aires, de estudiantes capaces y de eficaces profesores, cuya superioridad misma, capaz de suscitar recelos o rivalidades que en cualquier coyuntura podrían encontrar a su servicio al poder político, debía permanecer estéril (Halperín Donghi, 1962:186).

Cuando en 1955se produce el derrocamiento del segundo gobierno peronista, la voluntad restauradora de la Revolución Libertadora no tuvo resonancia en el campo universitario, sobre todo en la Universidad de Buenos Aires. Por el contrario, lo que predominó fue el espíritu renovador. Inmediatamente después de la caída de Perón, las universidades fueron ocupadas por las organizaciones estudiantiles que contaron con el apoyo de graduados y profesores, siguiendo los vínculos creados durante la lucha contra el gobierno de Perón. En la UBA, el movimiento estudiantil organizado en la FUBA siguió la línea trazada por la FUA.
La FUBA ocupó la institución con una declaración que metaforizaba la nueva situación, "La universidad somos nosotros" en la que afirmaba:

Venimos sosteniendo desde 1918 que los estudiantes tenemos derecho a participar en el gobierno de la Universidad. Es la consecuencia de un concepto moderno de la educación que mira al estudiante como actor de su propio proceso de conocimiento y no como simple receptáculo de una enseñanza impartida desde la alta autoridad magistral de la cátedra. La Reforma ha señalado que la Universidad es el hogar del estudiante, donde el profesor establece su cátedra para que se acerquen los que estudian. De allí que sea natural la exigencia estudiantil de participar en el gobierno de la institución que les pertenece por esencia. Pensamos que los profesores y graduados pueden colaborar con nosotros en esa tarea. (FUBA, cit. Ciria, A. y Sanguinetti, H., 1968:151).

La propuesta de reconstrucción universitaria de la FUBA combinaba la creación de una universidad moderna y progresista con la eliminación de todo vestigio del gobierno caído. En el clima de confusión que reinó inmediatamente después del derrocamiento del gobierno peronista, las organizaciones estudiantiles tomaron rápidamente el control de las decisiones e inclusive de la gestión administrativa de las universidades intervenidas por el Estado. Le reclamaron al nuevo gobierno la presentación de una terna de candidatos para el rectorado de la Universidad de Buenos Aires, de la cual el gobierno del presidente Eduardo Lonardi elegiría al nuevo rector. Y en esta demanda del movimiento estudiantil volvió a pesar más la tradición universitaria sobre la tradición política. Si se observan los nombres de los tres candidatos: José Luis Romero, historiador y afiliado al Partido Socialista, que era mayoritario entre los estudiantes, pero sobre todo intelectualmente respetado; Vicente Fatone, filósofo independiente y José Luis Babini, historiador de la ciencia, todos ellos pertenecían al Colegio Libre de Estudios Superiores, habían tenido relaciones con la Federación Universitaria de Buenos Aires y, particularmente, con el movimiento estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras. O sea, tal como sucedía en el mundo cultural de la etapa anterior, había toda una serie de conexiones y redes, y eso se activaba en un caso así, y:

La designación de José Luis Romero como Rector-Interventor de la Universidad de Buenos Aires y el modo mismo en que esta designación fue hecha (eligiendo el ministro de Educación del gobierno de Lonardi el nombre de una terna presentada por la Federación Universitaria de Buenos Aires) estaban revelando hasta qué punto era advertida por el gobierno surgido de la revolución de setiembre la existencia en el campo universitario de una situación nueva que no se proponía combatir (Halperín Donghi, 1962:198).

La renovación de la Universidad de Buenos Aires: el rectorado de José Luis Romero

La coyuntura que se abre con el posperonismo en la Universidad de Buenos Aires encuentra en el movimiento estudiantil, por una parte, un actor decisivo para la renovación universitaria y, por la otra parte, el apoyo de los sectores liberales del gobierno de la Revolución Libertadora permite el ingreso a los cuerpos directivos a los “excluidos” por el régimen depuesto, esta doble coincidencia nos lleva a interrogarnos: ¿quiénes dirigieron y formularon un programa de renovación de la UBA en el período posperonista? ¿Cuál es su relación con la creación e institucionalización de la sociología académica?
Con el grupo liderado por José Luis Romero, primer rector de la Universidad de Buenos Aires posperonista, había sucedido algo significativo: durante el período en que estuvieron excluidos de la UBA, se agruparon en torno del Colegio Libre de Estudios Superiores, antigua institución fundada en la década del ‘30, que:

Adquirió un rol importante durante el régimen peronista, la mayoría de los intelectuales y profesores que habían dejado su cátedra en la universidad estatal continuó con sus enseñanzas en el “Colegio”, que tenía su sede central en Buenos Aires y anexos en algunas ciudades de provincia. En Buenos Aires se dictaban cursos que duraron hasta 1952, fecha en que fueron suprimidos por el gobierno (Germani, 1968: 23).

En el Colegio Libre de Estudios Superiores se dictaron cursos y seminarios sociológicos coordinados por Gino Germani, en el que se nuclearon los actores que en 1957 elaboraron el proyecto fundacional de la sociología académica en la Universidad de Buenos Aires.
El Colegio Libre de Estudios Superiores tuvo una enorme influencia en la cultura argentina y también, un poco más indirectamente, en la aparición de nuevas carreras universitarias, como Sociología, en la UBA. Los intelectuales universitarios, que después van a formar parte de los cuadros de la carrera de Sociología, establecieron relaciones entre ellos en ese ámbito. Y no solamente en la formación de la carrera de Sociología, sino también en la renovación de la enseñanza. Por ejemplo, fue decisiva la influencia que tuvo sobre la Facultad de Filosofía y Letras, que era lo único que había en ese tiempo.
El Colegio Libre de Estudios Superiores fue para el movimiento estudiantil un espacio intelectual que en aquella época canalizó los deseos y aspiraciones reprimidas de los estudiantes antiperonistas:

Nosotros teníamos un referente, que eran los intelectuales que habían quedado fuera de la Universidad de Buenos Aires. Muchos de ellos, en las épocas en que se podía, daban cursos en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Era una institución tradicional de la cultura liberal democrática argentina, formada en oposición al fascismo, donde daban clase Francisco Romero, José Luis Romero, Vicente Fatone, Roberto Giusti, gente que había sido del Partido Socialista, y también Jorge Luis Borges. Nosotros teníamos todo eso, incluso se daba un tipo de relación personal que no teníamos para nada en la universidad, éramos amigos de esa gente, íbamos a la casa de ellos, nos prestaban libros. Nuestra vida intelectual transcurría en relación a esa gente (Murmis cit. Toer, 1984:24).

Por otra parte, el grupo cultural al que pertenecía Romero tenía sus orígenes en la tradición de la Reforma Universitaria. Este estrato intelectual, que se venía constituyendo desde los años ‘30, tuvo una larga tradición fundacional, laica, progresista y anticatólica. Es el estrato del progresismo argentino que José Luis Romero representa cabalmente.
Las convicciones políticas de José Luis Romero fueron bien pronto las del socialismo, y la opción no tenía nada de inesperado por la influencia decisiva de sus maestros. Sin embargo, en un momento relativamente tardío - en 1945 - Romero iba a dar a esa opción un signo partidario, dado que en ese año se afilió al Partido Socialista.
Hasta entonces, su militancia se había volcado en movimientos estudiantiles de izquierda, que le habían dejado una rica cosecha de experiencias. La década cerrada en 1945 fue muy fructífera en la trayectoria intelectual de Romero, porque en 1937 se había doctorado en Historia en la Universidad Nacional de la Plata y en 1938 había comenzado a enseñar en esa institución. Su designación significó un reconocimiento de su valor académico, pero su trayectoria universitaria se interrumpió en 1946 por su oposición a Perón, lo que le valió la exclusión del ámbito universitario.
Sin embargo el ostracismo no impidió a Romero continuar con su línea trazada de investigaciones sobre los orígenes históricos de la burguesía medieval.
Romero obtuvo una beca de la Fundación Guggenheim, lo que le permitió proseguir su trabajo en la universidad norteamericana de Harvard. Y en la Universidad de la República, en Montevideo, Uruguay, pudo encontrar un espacio adecuado para su vocación docente. Romero era un historiador que en sus comienzos se preocupaba por los problemas sociales del mundo grecorromano y que desde 1940 se había volcado a la historia medieval, en especial al estudio de las burguesías urbanas, algo que coronó con dos de sus libros más importantes: “La revolución burguesa en el mundo feudal” y “Crisis y orden en el mundo feudoburgués”.

La universidad de las sombras

¿Qué quería significar José Luis Romero cuando definió retrospectivamente la experiencia que lo puso al frente de la revista Imago Mundi, publicación del Colegio Libre de Estudios Superiores, entre los años 1953 y 1956, como el intento por constituir una “universidad de las sombras”? (Terán, 1990).
La metáfora de Romero podría indicar el sendero impuesto por las circunstancias de cerrazón de la cultura y las instituciones estatales para incluir a esta franja intelectual, política e ideológicamente opositora al régimen peronista:

La revisión de Imago Mundi y los doce números que de ella se editaron confirma la idea de que en sus páginas se dibuja el otro rostro de una universidad alternativa a la que la política cultural - y la política sin más del peronismo - obligaba efectivamente a funcionar en las sombras (Terán, 1990:25).

Pero si Imago Mundi intentó ser en verdad una universidad que se preparaba en la sombra para reemplazar a la UBA a su debido tiempo, en esta pretensión quedaba claro que, para resultar eficaz, la acumulación de bienes simbólicos para gravitar sobre la cultura y la política nacional demandaba la mediación de la universidad, que tradicionalmente fue uno de los espacios institucionalizados más importantes de consagración intelectual.
Algo así es lo que expresa el comentario de Imago Mundi   sobre el libro de Jaspers, “La razón y sus enemigos en nuestro tiempo”, en donde se leía que la universidad era el instrumento propicio para oficiar como despertador de conciencias en épocas de confusión, en el interior de un programa que formaba parte de una convicción más generalizada dentro de un espectro político-ideológico análogo. Además, entre los intelectuales que se habían nucleado en el Colegio Libre de Estudios Superiores existió un consenso de que la década peronista (1945-1955) fue una “década perdida”, sentida como una falta, que imponía colocar a la Argentina en el mundo y recuperar el vínculo que el país efectivamente había perdido con la cultura occidental. El arcaísmo fue entonces un fantasma permanente en el imaginario cultural de los intelectuales opositores a Perón.
El grupo nucleado a través de Imago Mundi configuró la porción visible de ese iceberg de intelectuales universitarios a los que el régimen peronista había excluido de ese ámbito (Terán, 1990). La aparición de Imago Mundi coincidió con un momento histórico signado por el estado de conflicto que los sucesos políticos asumieron en los últimos años del gobierno peronista.
Desde ese mismo año de 1953, estos enfrentamientos habían alcanzado un pico de violencia extremo, con el incendio por parte de los seguidores del peronismo de locales de las fuerzas opositoras. Además, en esos últimos años del gobierno peronista volvió a contemplarse el espectáculo del encarcelamiento de políticos e intelectuales antiperonistas, entre los cuales estaban algunos miembros del Colegio Libre de Estudios Superiores y de Imago Mundi.
La ruptura institucional de 1955, producida por la Revolución Libertadora, encontró a estos intelectuales dirigiendo la principal universidad argentina, la de Buenos Aires, bajo el liderazgo de José Luis Romero. Esta situación coyuntural configuró un nuevo escenario en el campo universitario: la excepción que configuraba la hegemonía del grupo liberal y progresista en la UBA, ya que la historia argentina ha demostrado que son, precisamente, los representantes del nacionalismo católico conservador los que dirigieron el ámbito universitario en los regímenes militares a partir de 1930.
Sin embargo, hay que destacar que durante el gobierno de Lonardi en 1955, aunque los rectores-interventores tenían poderes institucionales, al mismo tiempo dependían del ministro Atilio Dell'Oro Mainim quien a partir de los años ‘30 se había destacado por su militancia en el catolicismo. De hecho, fue uno de los fundadores de la revista católica Criterio.
En 1955, integraba el grupo nacionalista que formó el entorno del presidente Lonardi, en abierta oposición al grupo liberal. Su designación fue propuesta por la Iglesia Católica, por entonces muy acostumbrada a tener capacidad de control de la Universidad de Buenos Aires. Hay que recordar que esa supervisión se perdió en el último período del peronismo, cuando la Iglesia Católica formó parte del bloque opositor al régimen peronista, apoyó el golpe contra Perón y colocó en el nuevo gobierno al ministro de Educación, Atilio Dell'Oro Maini, que era uno de los más destacados pensadores católicos.
Sin embargo, un pacto implícito entre Romero y Dell'Oro marcó el comienzo de su gestión en la UBA: el respeto por la autonomía universitaria definió las posibilidades de Romero en la conducción institucional, condición necesaria para el programa renovador.
Si bien, la postura política del gobierno de la Revolución Libertadora en el ámbito universitario fue expresada en los considerandos del decreto de nombramiento de Romero como rector de la UBA, tuvo su expresión más clara en el discurso del ministro Dell'Oro Maini en el acto de posesión de Romero del gobierno universitario ya que:

Esta política oficial tuvo manifestaciones que alcanzaron particular relieve dada la personalidad del ministro bajo cuya égida era puesta en ejecución: el doctor Atilio Dell'Oro Maini, en efecto, al reconocer publica y solemnemente la parte que a los grupos de tendencia renovadora - y en primer término a las estudiantiles- correspondía en la vida universitaria, venía a revisar posiciones que, en etapas anteriores de su extensa carrera pública, lo habían constituido en uno de las más prestigiosos voceros de grupos tradicionalmente muy influyentes en nuestra Universidad, que frente a los problemas de ésta propiciaban soluciones del todo opuestas a las que ahora eran elocuentemente defendidas por el ministro (Halperín Donghi, 1962:198).

¿Que quería significar Dell’Oro Maini cuando reconoció la necesidad de renovación de la UBA? Este cambio en su postura ideológica ¿reflejó la posición del gobierno militar o fue una adecuación personal del ministro a los “nuevos tiempos”?
En la postura del ministro estuvo reflejado el reconocimiento del régimen militar al papel desempeñado por el movimiento estudiantil y por los intelectuales universitarios que lucharon abiertamente contra el gobierno de Perón, y por la participación activa de muchos de ellos en el derrocamiento del gobierno peronista.
El cambio de postura de Dell’Oro Maini no significaba la ausencia de tensiones, ya que hubo un gran conflicto desde el principio: Dell’Oro Maini era un intelectual católico de derecha y Romero llegó al rectorado de la Universidad de Buenos Aires con una fuerza muy fuerte que hizo el grupo socialista que militaba en el movimiento estudiantil, para imponerlo como rector en la Universidad de Buenos Aires y, como es conveniente subrayar, hubo mucha resistencia de Dell’Oro Maini.
Por otra parte, las demandas democratizadoras del movimiento estudiantil, de acuerdo a la tradición de la Reforma Universitaria, entre las cuales se pueden destacar la vigencia plena de la autonomía universitaria y la participación estudiantil en el gobierno universitario, fueron legitimadas por el gobierno militar.
El ministro Dell’Oro Maini tuvo que reconocer estas demandas en el discurso que dio durante la toma de posesión de Romero como rector de la Universidad de Buenos Aires, en cuya oportunidad dio a conocer el plan de trabajo para la “reconstrucción universitaria”, que comprendía el principio de la autonomía universitaria y la realización de concursos para los docentes en la UBA. Con relación a la figura de Romero, afirmó en ese mismo discurso que el nuevo rector era una garantía en la Universidad de Buenos Aires para el cumplimiento de los “propósitos e ideales de la Revolución Libertadora”, lo cual implicó un reconocimiento al candidato propuesto por la Federación Universitaria de Buenos Aires. La nueva conducción universitaria, compuesta por los excluidos de la “universidad peronista”, fue definida como un retorno simbólico del exilio intelectual sufrido por la inteligencia argentina. Sin embargo, fue en el discurso de Romero, dado en esa misma oportunidad, que se expresaron tanto la metáfora de la “universidad de las sombras” como el esbozo del programa renovador ya que la coyuntura política hacía posible el aggiornamento de la Universidad de Buenos Aires:

Hay una enorme esperanza que aspira a salir de la oscura encrucijada en que se ha hallado la universidad. Nuestro pensamiento debe dirigirse hacia el futuro, porque estas circunstancias ofrecen la perspectiva de trabajar para construir una universidad renovada (Romero cit. Ruba, 1956:14).

Sobre el papel de la “nueva universidad” Romero reafirmó aquellas convicciones que se presentaban en el imaginario de los intelectuales universitarios progresistas: la universidad es el espacio de consagración intelectual en la Argentina. Los años ‘60, como se verá después, confirmaban esas convicciones:

Es nuestro propósito señalar una huella para el futuro, porque estamos persuadidos de que la Universidad debe ser la más alta expresión de la vida intelectual argentina (Romero Cit. Ruba, 1956:15).

Así, la coyuntura que se abrió con el derrocamiento de Perón posibilitó un escenario donde el ideario de la Reforma Universitaria podía plasmarse en la creación de la universidad democrática, con cuyos principios Romero estaba comprometido. En su discurso sostuvo los principios que guiaban a los intelectuales universitarios reformistas: la autogestión institucional de la Universidad de Buenos Aires, ejercida a través de la participación de los profesores, estudiantes y graduados.
Sin embargo, en las entrelíneas del discurso de Romero se podían observar dos cuestiones centrales en el pensamiento reformista: la democracia universitaria y la cultura como valor universal, valores indispensables para la construcción de una universidad que responda a los problemas nacionales:

Conducida democráticamente por el esfuerzo mancomunado de profesores, egresados y estudiantes, la Universidad puede llegar a ser ese vigoroso centro de irradiación que siempre hemos anhelado, en el que se elabore la peculiaridad de nuestra cultura - sin triviales deformaciones nacionalistas- y en el que se preparen despaciosamente las soluciones que el país aguarda para sus problemas fundamentales (Romero cit. Ruba, 1965:15)

Los estudiantes antiperonistas, que habían encontrado en el Colegio Libre de Estudios Superiores, la “universidad de las sombras”, un refugio y una referencia en la “década perdida” reconocían en Romero la vocación de un maestro dispuesto al diálogo fecundo en una “época de bloqueo cultural”. El mutuo reconocimiento fue expresado por Romero:

Para un maestro, una escuela vale antes que nada por sus discípulos. Confío en los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires y estoy seguro de poseer la autoridad necesaria para hablarles como un maestro. Los espero en la tarea juvenil de la creación y los espera esta noble tierra que los argentinos queremos conquistar día a día para la luz (Romero cit. Ruba, 1956:16).

En 1955 tuvo lugar el encuentro más estrecho entre el cuerpo reformista y la universidad. La Reforma que había conmovido en 1918 el sistema elitista, al cuestionar el poder autocrático de profesores e Iglesia Católica, había aportado una fuerza de modernización y de democratización. Pero la Reforma no pudo construir una universidad capaz de crear criterios culturales legítimos, más allá del ámbito de las profesiones tradicionales.
A diferencia de otras coyunturas, en 1955 el grupo liderado por José Luis Romero poseía un proyecto cultural global que combinaba principios reformistas y planes innovadores, como así también contaba con recursos para ponerlos en ejecución.
Romero estructuró su staff con prestigiosos cuadros del campo intelectual, todos ellos pertenecientes a una generación más joven que en su mayoría habían formado parte del grupo “Contorno” . Y en las diversas facultades e institutos fueron nombrados para cargos directivos muchos de los que habían participado directa o indirectamente en el Colegio Libre de Estudios Superiores y propuestos también por el movimiento estudiantil.
El programa de Romero indicó la necesidad de “recuperar el tiempo perdido”. Si el arcaísmo fue el fantasma permanente de los intelectuales universitarios antiperonistas, había llegado el momento de la modernización universitaria. Es importante destacar la percepción de los actores “modernizantes” sobre la renovación universitaria cuando establecen las diferencias con otras universidades de América Latina en ese periodo.
Según Romero (1956), las innovaciones que propone no son una novedad para las más importantes universidades del mundo y, en algunos casos, de América Latina. Además, la modernización de la Universidad de Buenos Aires tenía como objetivo fundamental preparar profesionales, favorecer la investigación científica y colaborar con el desarrollo cultural.
La ola renovadora comenzó generando iniciativas que pudieron verse como la avanzada de una innovación que daba pruebas cotidianas. La creación del Departamento de Pedagogía Universitaria constituyó:

La afirmación de un principio de remoción de la estructura universitaria: introducir la idea de la existencia de métodos de enseñanza adecuados a la Universidad de Buenos Aires. Debe ponerse énfasis en que la enseñanza sea eficaz y produzca también un nuevo tipo de relación entre profesores y estudiantes (Romero cit. Ruba, 1956:137).

La renovación pedagógica tenía un proyecto de alcance mayor: la departamentalización de las facultades de la Universidad de Buenos Aires. La innovación implicaba fragmentar las facultades para desmantelar los centros de poder que constituían reductos de tipo feudal, que durante la gestión de Romero impedían que la Universidad de Buenos Aires y sus facultades pudiesen tener un buen nivel de circulación y de intercambio intelectual y establecer un funcionamiento académico satisfactorio. Una nueva vinculación entre saber y poder, la circulación del saber, una forma innovadora, de desconcentrar el poder.
La departamentalización tenía también un objetivo político: desplazar a los “catedráticos” que formaban parte de la estructura tradicional de la Universidad de Buenos Aires e impedían el aggiornamento universitario.
La renovación universitaria implicó también una propuesta innovadora para la solución de los problemas de evasión y deserción estudiantil: la creación del Departamento de Orientación Vocacional. Además, la creación del Departamento de Extensión Universitaria fue la concreción de una antigua demanda de la Reforma, ya que la historia de la UBA registra varios proyectos que no tuvieron su materialización.
Además, la tradición reformista tenía como bandera no solamente la demanda de un gobierno universitario tripartito, la periodicidad de la cátedra, sino también la creación del Departamento de Extensión Universitaria que estaba ligado a la “solidaridad obrero-estudiantil”. Una nueva reforma adecuada a los tiempos que vive Romero que se diferencia en parte de la reforma del ‘18.
El Departamento de Extensión Universitaria de la Universidad de Buenos Aires representaba en el imaginario de los actores del proyecto fundacional la condición necesaria para la creación de la nueva universidad y una reformulación de la relación universidad-sociedad:

La extensión universitaria debe consistir en la proyección adecuada de la Universidad de Buenos Aires hacia y sobre medios no universitarios, respecto de cuyos intereses y problemas la Universidad de Buenos Aires puede proporcionar o proponer soluciones basadas en el espíritu de síntesis que implica cada manifestación universitaria (Romero cit. Ruba, 1956:144).

Como se puede observar en el discurso renovador, Extensión Universitaria implicaba también la “universidad abierta al pueblo” que era una de las banderas de la Reforma, diferenciándose así de la “universidad oligárquica”, como se vio anteriormente. La Extensión Universitaria también fue apoyada por el movimiento estudiantil reformista, ya que sus postulados históricos coincidían con la propuesta de Romero, e iban más allá: no se trataba solamente de ser un actor político relevante en la renovación universitaria, sino de ser un actor en la transformación de la sociedad, según lo expresado en el tradicional postulado de la Reforma, es decir, “la solidaridad y la unidad obrero-estudiantil”:

Nosotros creíamos que a partir de la universidad más abierta, con la participación de los sectores internos y externos de la universidad, se iba a poder cambiar, no solo la enseñanza, sino la relación con la sociedad: Extensión Universitaria nos vincularía a los sectores populares de acuerdo a los principios de la "Reforma Universitaria", tales como la solidaridad obrero-estudiantil (Murmis, 1990:4).

Es importante observar que el grupo fundacional que diseñó el proyecto de Extensión Universitaria incluía a los intelectuales universitarios excluidos de la Facultad de Filosofía y Letras durante la “década perdida”: Risieri Frondizi, Gino Germani, Noé Jitrik, Guillermo Sablof y Juan Carlos Marín, como representante de los estudiantes nucleados en la FUBA. Todos ellos habían participado en el Colegio Libre de Estudios Superiores, “la universidad de las sombras” y ahora salían del ostracismo para crear la nueva universidad. El énfasis puesto de manifiesto por el grupo de Romero en la creación de Extensión Universitaria y la cuidadosa selección del grupo fundacional abría un interrogante: ¿qué significaba Extensión Universitaria en el programa renovador de la Universidad de Buenos Aires en el período posperonista?
La figura de la Extensión Universitaria es muy fuerte porque se da en una institución estatal que quería abrirse, lo cual significó una reformulación en la relación universidad-sociedad. Precisamente, la forma en que se replantea la relación universidad-sociedad tiene que ver con el “problema agobiante” que tuvieron los intelectuales universitarios, quienes al enfrentarse con el gobierno peronista, paradójicamente terminaron enfrentándose a los sectores populares. Por otra parte, un integrante del grupo fundacional observaba que:

La creación de Extensión Universitaria fue realizada por un grupo que fue conmovido, tanto en lo individual como grupal, por el carácter antifascista y antinazi de sus luchas (Marín, 1990:20).

Estos antecedentes pueden explicar los motivos por los cuales el Departamento de Extensión Universitaria fue para los intelectuales universitarios reformistas la condición de posibilidad de una suerte de reencuentro con las clases populares. Se abría así la ilusión de un nuevo escenario donde los intelectuales universitarios se integraban con la clase obrera: el “Centro Piloto de Isla Maciel”, situado en un suburbio popular de la ciudad de Buenos Aires, donde crearon e institucionalizaron:

Centros de educación integral; servicio de asesoramiento cultural y técnico para las instituciones del barrio (organización de bibliotecas, cursos, solución de problemas de vivienda y sanitarios) y un servicio cultural (cine, conferencias, teatro y exposiciones). La experiencia piloto puede posibilitar la acción de la Universidad de Buenos Aires en la educación de adultos y en el mejoramiento de las condiciones sanitarias del barrio "Isla Maciel" (Romero cit. Ruba, 1956:145).

El “Centro Piloto de Isla Maciel” suponía un desafío aun mayor: funcionar como modelo para otros barrios populares. Si una institución vecinal solicitaba la colaboración de la UBA, esta disponía de sus propios recursos y hacía trabajar mancomunadamente a profesores titulares, profesores adjuntos, auxiliares docentes y estudiantes de una determinada facultad.
La transición en la UBA comenzó con signos renovadores en un nivel institucional, que también incluía una serie de nombramientos de profesores en las facultades e institutos, que fueron cubiertos por los excluidos de la entidad durante el gobierno peronista.
Sin embargo, este proceso no estaba exento de tensiones y conflictos entre el grupo renovador y las oposiciones que siempre aparecen en los procesos de transición y que en el caso de la universidad tenía una singularidad histórica: la vulnerabilidad institucional.

La oposición al programa renovador se expresó a través de ataques publicados en periódicos y semanarios de la derecha tradicional y del nacionalismo católico integrista, donde se acusaba a la gestión de Romero, como el rectorado de "una alianza liberal-comunista, apoyada por la masonería y por los judíos y también por las organizaciones estudiantiles" (Azul y blanco, 2 (1), 1955:3).

Estas acusaciones se agravaron cuando Romero, apenas iniciaba su rectorado, nombró a Gino Germani como profesor de Sociología y Director del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras, en reemplazo de Rodolfo Tecera del Franco, un católico conservador. La designación de Germani, “constructor” de la sociología académica, prefiguró un escenario de conflictos no sólo con los nacionalistas de derecha, sino también con el ministro Dell’Oro Maini. Fue un enfrentamiento directo, acompañado por una campaña de desprestigio contra Germani.
No hay que olvidar que cuando Germani ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras, José Luis Romero recibió una especie de conminación de Dell’Oro Maini con el objetivo de impedir el nombramiento de Germani porque era “comunista”, en una época donde el anticomunismo era muy fuerte, como nos recuerda Graciarena.
El conflicto entre Romero y Dell’Oro Maini por el nombramiento de Germani fue el preludio de un proceso conflictivo que permitió explicar las tensiones no resueltas entre los grupos católicos de derecha y los intelectuales universitarios reformistas.
En realidad ¿qué representaba Germani en el imaginario de la derecha argentina? Una mirada retrospectiva de su biografía intelectual, que los diversos sectores de la derecha no desconocían, nos permitirá comprender las causas de la oposición a su figura.

Gino Germani: la trayectoria intelectual del “héroe modernizador”

Gino Germani nació en Roma, Italia, en 1911 y llegó a la Argentina en 1935, con una licenciatura en Economía y Estadística de la Universidad de Roma. Había sido expulsado de su país natal tras haber estado preso por el régimen fascista durante seis meses, debido a su militancia antifascista. En 1938, ante la imposibilidad de regresar a Italia, dado el endurecimiento del régimen fascista, Germani tomó dos decisiones importantes: se naturalizó argentino y estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires:

Me gradué como profesor de Filosofía en 1943, al mismo tiempo que trabajaba en el Ministerio de Agricultura para sobrevivir, además era un activista en la comunidad italiana, en el movimiento antifascista. Por supuesto, la guerra civil española y luego la guerra europea, fueron muy importantes para todos nosotros (Germani cit. Kahl, 1976: 61).

En 1941, Germani comenzó a trabajar como auxiliar de investigaciones en el Instituto de Sociología fundado y dirigido por Ricardo Levene, un historiador que enseñaba Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras. Levene sostenía que el Instituto de Sociología tenía como objetivos básicos el desarrollo de un programa de investigaciones sobre la Argentina contemporánea y la edición anual del Boletín del Instituto de Sociología para la difusión de los estudios realizados.
Según Germani (1976) fue en el Instituto de Sociología donde comenzó a estudiar varios textos introductorios sobre métodos de investigación social y también a autores americanos como Parsons. Germani continuó como profesor asociado, part-time, en el Instituto de Sociología hasta 1945 y desarrolló tres temas simultáneamente:
1) Estudios descriptivos de la Argentina Contemporánea, utilizando material estadístico, tanto como le fue posible.
2) Una teoría de la sociedad moderna, que podía ser utilizada para sintetizar material descriptivo, y una instancia metodológica que podía ser filosóficamente viable. La teoría de la sociedad moderna de Germani provenía de varias fuentes, fundamentalmente de Durkheim, del cual adoptó el concepto de Anomia, de central importancia en la obra de Germani (estudió a Durkheim en la versión original y la interpretación de Parsons). También estaba familiarizado con los estudios de Desorganización Social desarrollados en EEUU, que utilizaban historias reales para mostrar cómo el proceso migratorio afectaba la personalidad y los valores. Conocía también la teoría de la secularización de la sociedad como una tendencia de largo plazo de la vida moderna, discutida por Max Weber y Ferdinando Toennies, y elaborado en los trabajos de Howard Becker. Germani estaba identificado con los puntos de vista de Mannheim y Frömm, sobre el problema de la crisis de la sociedad moderna y los efectos del debilitamiento de los lazos familiares y de la comunidad sobre el equilibrio psíquico del hombre.
3) Germani juntó esas ideas en una visión general vinculada al proceso social de urbanización, secularización, migración y movilidad con el proceso psicológico social de individualización y racionalidad egocéntrica. En general, el énfasis teórico lo puso sobre el proceso social, antes que sobre las particularidades históricas de la estructura social. De todos modos, Germani vio al proceso como un desarrollo histórico en forma secuencial. Como estudiante de Filosofía, se interesó en las bases epistemológicas de una ciencia social empírica. La perspectiva que predominaba en esos momentos en la Argentina provenía principalmente de los pensadores alemanes, conocidos tracias a autores españoles, que acentuaron una distinción aguda entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas que:

Estaban basadas en las tradiciones culturales que deberían ser abordadas a través de una visión filosófica, en lugar de una observación empírica. La separación completa de las Ciencias Sociales de las Ciencias Naturales fue un punto de vista que se desarrolló como respuesta a los excesos del positivismo del siglo XIX y, lamentablemente, fue aceptado acríticamente en la Argentina (Germani cit. Kahl, 1976: 67).

Tanto la filosofía como la sociología utilizaban una forma inadecuada de ensayos literarios que excluyen o no hacen hincapié en la necesidad de verificar sus afirmaciones. En otras palabras, una literatura ensayística, que no hace referencias a la fundamentación de lo que se afirma.
Germani rechazó el análisis sistemático no cuantitativo de la historia, que fue utilizado por los antipositivistas alemanes, dado que para él fue importante sostener su propia critica a la metodología predominante en América Latina. Esto aparece en el libro, “Sociología: teoría y técnica”, publicado en México en 1942, por el sociólogo español, José Medina Echavarría, un especialista en el pensamiento alemán, que en 1946 publicó la versión al español de “Economía y Sociedad”, de Max Weber.
“Sociología: teoría y técnica” presentaba una visión intermedia que vinculaba la evidencia empírica con los conceptos filosóficos y justificaba el estudio de la sociedad a través de técnicas, dentro de una amplia perspectiva metodológica, que se apoyaba en el mismo tipo de fundamento que usaban las ciencias naturales.
También presentaba ejemplos de la sociología norteamericana, para mostrar cómo podía hacerse esto. El texto de Medina Echavarría ayudó a Germani a organizar su posición, enfatizando la posibilidad filosófica de una aproximación empírico-científica al análisis social. Entre 1944 y 1946 el gobierno militar consolidaba sus posiciones y los intelectuales liberales y progresistas fueron forzados a dejar la UBA. Esta situación le impidió a Germani asumir el cargo de profesor asistente gestionado a través de Levene. Por esta causa, Germani tuvo varios trabajos fuera de la UBA. Por ejemplo, durante dos años trabajó en la biblioteca del Ministerio de Agricultura y Ganadería, lo que le demandaba menos tiempo de trabajo. Aprovechó esa oportunidad para leer en forma intensa y, simultáneamente, comenzó a elaborar un plan de ediciones, que incluía una serie de traducciones de libros europeos y norteamericanos de ciencias sociales. Para este objetivo, le sirvió como vehículo la Editorial Abril, fundada en 1945 por Cesare Civita, judío italiano, inmigrante y amigo personal de Germani.
En 1947, cuando perdió su trabajo en el Ministerio de Agricultura, Germani se convirtió en un miembro de esta editorial, de la que fue gerente de personal, por lo cual Germani llegaba a definirse como un “administrador académico”.
Dadas las circunstancias, la serie de publicaciones de ciencias sociales fueron transferidas a la Editorial Paidós y Germani se integró, como editor, asociado con Enrique Butelman.  Entre los autores traducidos y publicados por Germani se destacaban: Erich Frömm, Harold Laski, Karl Mannheim, Margaret Mead, George H. Mead, B. Malinowski, Raimond Arón, Kurt Lewin, David Riesman y Jacobo Levi Moreno.
La mayoría de estos autores eran desconocidos en Argentina y en América Latina. Estas ediciones en español abrieron nuevas perspectivas para el análisis de la sociedad y crearon un publico interesado en las ciencias sociales contemporáneas.
En 1946 Germani fue invitado a dar clases en el Colegio Libre de Estudios Superiores, que así le dio la primera oportunidad de difundir sus ideas sobre sociología y psicología social. Más tarde se convirtió en un profesor regular de esa institución, hasta que en 1952 fue clausurado por el gobierno peronista.
Sin embargo, Germani continuó dictando clases en el Colegio de Rosario y participó en un grupo de estudios privado, donde se reunieron graduados de Filosofía y de Ciencias, que leían a Marx, Parsons y otros autores que intentaban analizar la sociedad moderna.
En esta época, la figura de Germani comenzaba a ser conocida y visualizada más de cerca por los organismos de inteligencia gubernamentales y por los grupos nacionalistas católicos y de derecha.
Por sus antecedentes antifascistas, fue clasificado como "judío-comunista", a pesar de su ascendencia católica y de su rechazo al comunismo.
¿Qué amenaza representaba Germani en el imaginario de los nacionalistas católicos de derecha? Seguramente, un tipo de enfoque que para las características de estos grupos en la Argentina era realmente inaceptable. Según Graciarena (1990:65) la sociología introducida por Germani en la Argentina tocaba reductos que la Iglesia Católica siempre consideró (y aún considera) que constituyen elementos principales: el control de la vida y de la muerte y socialmente la familia.
Por otra parte, José Nun (1990) sostiene que Germani era percibido como un intelectual que se había adherido a la defensa de la República Española y aparecía asociado con un episodio tan decisivo como fue el tema de la Guerra Civil Española, y estaba ubicado en la lucha antifascista. La Iglesia Católica, acostumbrada a controlar la Universidad, la pierde en el último período del peronismo, del cual se convirtió en opositora y apoyó el golpe contra Perón. De nuevo influyente, colocó en el gobierno de Lonardi a Atilio Dell'Oro Maini como ministro de Educación.
¿Cuáles son las tensiones que comienzan a generarse entre la Iglesia y sus intelectuales y aquellos que representaban el pensamiento laico? En la Argentina se da un caso que en general no aparece en América Latina,  donde la Iglesia Católica es uno de los factores de poder más influyentes en la sociedad, en la que actúa siempre en sincronía con los grupos en el poder y, principalmente, con las Fuerzas Armadas. Esto queda demostrado con su apoyo a los golpes militares de 1930, 1943, 1955 y, más tarde, en 1966.
En Argentina, ocurre algo diferente: en el período estudiado, existe el patronato, la potestad del Estado de nombrar los obispos y capellanes en las Fuerzas Armadas. Se perfila así una institucionalización de la Iglesia Católica en el aparato del Estado. La Iglesia disputaba permanentemente espacios de influencias en el sistema educativo, algo que no se daba en la mayoría de los países latinoamericanos.
De acuerdo con Nun (1991) Brasil es un caso aparte y el caso de México, un caso extremo. En Brasil, desde el fin del siglo pasado, la separación con la Iglesia, incluso el castigo a la iglesia y la manera en que la Iglesia brasileña tuvo que hacer buena letra, para poder tener algún lugar en el sistema político, es típico de los años de Getulio Vargas. En Chile, es distinto porque el Integrismo de los años ‘30 fue muy fuerte, y después la consolidación de la Democracia Cristiana. Fue distinto también lo que pasó en Colombia, donde la Iglesia mantiene un control de parcelas de los aparatos del Estado. Y, según el mismo autor (1991), la especificidad del caso argentino estaría dada por un proceso de tensiones y no por la dominación de la Iglesia Católica.
Pero las tensiones no se pueden explicar solo con relación a los factores internos. El escenario internacional de los años ’50, marcado por el “maccartismo” resultante de la “guerra fría”, son factores relevantes que permiten explicar la posición “anticomunista” de la Iglesia Católica y de sus intelectuales, que en el caso de la sociedad argentina tenía un componente “maccartista” muy acentuado.
Conviene recordar también la campaña antiperonista que emprendieron los dirigentes de la Revolución Libertadora en 1955, ante la mirada complaciente de casi todo lo que se reclamaba del progresismo. La intervención de los sindicatos fue acompañada por un decreto que prohibía nombrar lo sucedido y el Partido Peronista fue declarado ilegal.
Heterogéneo desde siempre, el antiperonismo de setiembre de 1955 también lo fue: restaurador para unos, liberador del pueblo para los otros.
Y fue por la universidad, y no por el pueblo, que se abrió la fisura en el acuerdo entre los universitarios y la Revolución Libertadora, precedida por el conflicto suscitado en octubre de 1955, tras la designación de Gino Germani como profesor y director del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras. El detonante fue el decreto ley 6.403 del 23 de diciembre de 1955, que eliminaba las modificaciones realizadas por el gobierno peronista, restableciendo así la “Ley Avellaneda”, laica. Pero introdujo al mismo tiempo un artículo que permitía la creación de universidades privadas, cuyo numero se hizo celebre: el artículo 28 , que produjo un conflicto institucional expresado en el enfrentamiento entre el ministro de Educación Dell’Oro Maini, autor del decreto, y el rector de la Universidad de Buenos Aires, José Luis Romero. Y además, este episodio conflictivo reflejaba las luchas internas que se libraban en el gobierno de la Revolución Libertadora, sobre todo, en torno al papel de la Iglesia Católica: tuvieron su manifestación más violenta entre el ministro Dell’Oro Maini (que había logrado - con más habilidad que franqueza de procederes - introducir en el decreto 6.403 que establecía la organización de las universidades nacionales el artículo 28, que autorizaba la instalación de las universidades privadas) y sectores muy amplios de opinión que fueron movilizados por las federaciones de estudiantes universitarios y secundarios, apoyados por Romero, rector de la UBA. Este conflicto expresaba así las tensiones entre los grupos católicos conservadores, ligados a la Iglesia Católica y los grupos laicos, liderados por Romero.
El escenario creado por el artículo 28 nos permite formular un interrogante: ¿cómo se expresó este conflicto en el movimiento estudiantil posperonista?
Las tensiones atravesaron al movimiento estudiantil, produciendo una ruptura del frente antiperonista que se había constituido un año antes de la caída de Perón: surgieron entonces los grupos Humanistas vinculados con la tradición católica, que más tarde fundarían la “Liga Humanista” y defendieron el artículo 28.
Los reformistas, que constituían la mayoría del movimiento estudiantil, organizados por la FUA y la FUBA, se opusieron a la reglamentación de ese articulo a través de movilizaciones publicas y tomas de facultades, provocando un debate publico, donde defendieron la vigencia del monopolio estatal de la enseñanza universitaria, uno de los postulados del programa de la Reforma de 1918.
Un mes antes de la publicación oficial del decreto 6.403, se había producido la renuncia del presidente Lonardi. El conflicto institucional significó la derrota de los nacionalistas de derecha, abandonados por la Iglesia Católica.

El presidente Aramburu reestructuró su gabinete y la Iglesia consiguió mantener a Dell'Oro Maini como ministro de Educación, porque el nuevo gobierno no iba a dejar de tener en cuenta a la Iglesia Católica como "factor de poder" en el escenario político argentino (Ciria, A. y Sanguinetti, H.,1968:141).

El decreto 6.403 que incluía el artículo 28, se había promulgado el 23 de diciembre de 1955 y publicado el 3 de enero de 1956 en el Boletín Oficial, justo cuando la Universidad de Buenos Aires estaba en receso, lo cual implicó una estrategia del ministro Dell’Oro Maini para evitar la contestación del movimiento estudiantil reformista.
Hay que destacar que Romero había manifestado su conformidad con el decreto en el cual no se incluía el mencionado artículo 28 y por problemas de salud no participó de la reunión de los rectores de las universidades nacionales con el ministro Dell’Oro Maini cuando se deliberaron los alcances del decreto 6.043, como lo demuestra la carta enviada por Romero a Dell’Oro Maini el 28 de diciembre de 1955. En la misma, sostenía su oposición al artículo 28 porque el problema de las universidades privadas era uno de los que dividían de una manera inquietante a los universitarios argentinos, razón por la cual sostenía que las circunstancias obligan a postergar la implementación del artículo 28. Este, que autorizaba la creación de universidades privadas, fue la culminación de un proceso que se había iniciado durante el peronismo con la injerencia de la Iglesia Católica en el sistema educativo.
Pese a que el decreto ley 6.403 fue promulgado en pleno período de vacaciones estudiantiles, originó de inmediato una singular resistencia del movimiento estudiantil reformista, particularmente contra el artículo 28.
Los estudiantes nucleados en la Federación Universitaria del Litoral reclamaron la renuncia del ministro Dell’Oro y fueron reprimidos con violencia, lo que causó la hospitalización de varios estudiantes, mientras los dirigentes fueron encarcelados. A escasos meses de gestión del gobierno militar, el descontento estudiantil se expresaba públicamente. Los acontecimiento del año ‘56 presagiaban un comienzo de cierta agitación.
Una concentración de estudiantes de la UBA, liderados por la FUBA, expresó su descontento en las calles de Buenos Aires con la consigna: “FUBA laica”.

En mayo de 1956, la ola de agitación de los estudiantes reformistas se expandió por todo el país. Los dirigentes de la FUA y de la FUBA se reunieron con el presidente Aramburu, quien había manifestado que el decreto 6.043 ha fracasado y se impone su derogación o suspensión (Aramburu cit. Kleiner, 1964:152).

A pesar de estas promesas del gobierno militar, el movimiento estudiantil reformista continuó con su estrategia movilizadora. Cabe subrayar la emoción provocada por el artículo 28, ya que las ciudades argentinas no habían sido escenario habitual de manifestaciones tan concurridas y apasionadas. Es que el hecho de autorizar la creación de universidades privadas era sinónimo, en esa época, de confiar a la Iglesia Católica la formación de las mentalidades y de reforzar la desigualdad social en el acceso a la educación superior.
Nuevamente se atentaba, como en 1943, contra la tradición laica de la elite liberal que había modelado las instituciones argentinas, punto de encuentro de las corrientes progresistas o de izquierda. Este conflicto se resolvió provisionalmente con la renuncia del rector Romero y, luego, del ministro Dell’Oro Maini.
El gobierno militar reconoció a las universidades publicas el derecho a la elaboración de sus estatutos y el artículo 28 quedó en suspenso. Sin embargo, es conveniente recordar que la renuncia de Romero fue motivada, como afirmaba Risieri Frondizi (1958) por la “traición” de Dell’Oro Maini y por la presión de los grupos de la derecha católica. Hay que recordar los antecedentes: a fines de 1955, se preparó en la sombra la emboscada a una larga tradición argentina. Atilio Dell'Oro Maini, que había sobrevivido a duras penas tras el sacudón democrático producido meses antes por la caída del presidente Lonardi, preparó cuidadosamente el acto. Consultó la casi totalidad del decreto ley 6.403 con los Rectores Interventores, con una doble excepción: el Art. 28 y el Rector Interventor Dr. José Luis Romero, como consta en la carta que dirigió éste al ministro. 
El 17 de mayo de 1956 el régimen militar nombró a Carlos Adrogué en reemplazo del ministro Dell’Oro Maini y Alejandro Ceballos ocupó el cargo de rector de la UBA en sustitución de José Luis Romero y la mayoría de los decanos de las facultades de la gestión de Romero continuaron en el ejercicio de sus funciones. Ceballos fue nombrado para hacer un una especie de contrapeso, pertenecía a la masonería y este grupo tenía una fuerza muy grande. Adrogué era miembro del Partido Radical y Ceballos esaba vinculado al Partido Demócrata Progresista. Ambos formaban parte del grupo liberal del gobierno de la Revolución Libertadora.
Sin embargo, y a pesar de sus diferencias políticas, no se produjo una ruptura con el programa renovador trazado originalmente por Romero en la Universidad de Buenos Aires (octubre de 1955 a mayo de 1956) ya que el rectorado de Ceballos (mayo de 1956 a diciembre de 1957) se caracterizó por haber sido una gestión institucional normalizadora.

El sistema político y la resolución de la cuestión peronista

Si la crisis universitaria tuvo solución de continuidad en ese mismo período, es necesario recordar que el conflicto político en la Argentina después del año 1955 estuvo caracterizado por la resolución de la cuestión peronista. Esto significa que el tema recurrente de esos años fue la búsqueda de una formula que permitiese reincorporar al electorado peronista al sistema institucional.
¿Cuales fueron los distintos intentos para la resolución de la cuestión peronista? El primero tuvo lugar durante el gobierno de la Revolución Libertadora. Fue la propuesta más radical, ya que el resultado que se intentó alcanzar partía de un diagnostico acerca de la constitución de la lealtad política del electorado peronista. Se suponía que el apoyo de las clases populares al peronismo era atribuible a una política demagógica, que a través de dádivas había logrado manipular a un electorado con escaso entrenamiento político y bajos niveles educativos.
En ese contexto, la “desperonización” pasaba por un proceso de “educación democrática”, que debía revelar no sólo los aspectos manipulatorios y totalitarios del peronismo, sino también modificar los valores autoritarios que habían presidido la incorporación de las masas al sistema político.
Esta propuesta tuvo vigencia a partir de los cambios producidos en el gobierno militar tras la caída del presidente Eduardo Lonardi en noviembre de 1955 y la asunción del general Pedro Eugenio Aramburu como presidente, cuyo gobierno se suponía provisional. Para el gobierno de Aramburu, la solución de la cuestión peronista se traducía en la desaparición lisa y llana del peronismo. No sólo Perón y el partido peronista, sino también el electorado peronista debían perder su identidad como tal. Para alcanzar estos objetivos, el gobierno militar presentó un dispositivo que incluía, además de la represión abierta, reglas que establecían la disolución del partido peronista. Y la prohibición de su reorganización futura, así como la prohibición de la propaganda y difusión de las ideas peronistas.
A principios de 1956 estas medidas parecían convertir a la Unión Cívica Radical en la casi segura ganadora de las elecciones previstas. Dicho resultado habría empezado a asegurar la realización de una de las piezas de la salida propuesta por el gobierno de Aramburu. En un tiempo más, cuando el proceso de “desperonización” hubiera culminado, estas reglas se volverían innecesarias y la salida política podría ser vista como un “resultado legítimo”. Sin embargo, la historia se desarrolló en forma distinta a lo esperado.
¿Cuales fueron las causas que impidieron la llamada solución, esperada por el gobierno de Aramburu? La respuesta a este interrogante implica marcar la ingenuidad e incorrección del diagnostico para liquidar la cuestión peronista: lo que el gobierno militar no había tenido en cuenta era que el peronismo había acelerado un proceso de cambios sociales y económicos que estaban destinados a perdurar.
Esto fue señalado en 1956 por Gino Germani (1968), cuando sostenía que los trabajadores durante el régimen peronista habían tenido la experiencia - ficticia o real - de que habían logrado ciertos derechos y que los estaban ejerciendo. Sin embargo, fueron dos los hechos que complicaron el éxito de esta primera tentativa de salida: el fracaso del intento de desarticulación de la identidad peronista y la división de la Unión Cívica Radical.
Ya en el primer test electoral (julio 1957), se puso en evidencia el fracaso de la estrategia de “desperonización”. A pesar de las restricciones legales y de la represión, los votos en blanco (peronistas) superaron a los de las otras fuerzas políticas, y a pesar de estos resultados electorales, el gobierno militar persistió en sus objetivos. Hubo, además, otro hecho inesperado: en enero de 1957 se dividió la Unión Cívica Radical en dos nuevos partidos: Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) y Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), hecho cuya magnitud se vio en la elección presidencial de febrero de 1958: Ricardo Balbín (UCRP) o Arturo Frondizi (UCRI) .
La fracción liberal, más identificada con el antiperonismo y con la Revolución Libertadora, formó la UCRP. Esta conservó la mayor parte del aparato partidario, integrado por dirigentes tradicionales: caudillos urbanos y provinciales, y sectores de la clase media urbana (SMULOVITZ, 1990). Por su parte, la UCRI se constituyó como un grupo relativamente minoritario y, por añadidura, heterogéneo de dirigentes urbanos y provinciales y cuadros partidarios de la vieja Unión Cívica Radical, en torno del cual comenzaron a participar una constelación de intelectuales, profesionales y técnicos, antiguos militantes de izquierda y ex comunistas. La realidad era que la proscripción del peronismo fue la condición necesaria para que estallaran las divergencias entre las distintas fracciones del partido radical.
Pero, la perspectiva de una segura victoria, agudizó las diferencias entre las diferentes fracciones. ¿Cual fue el impacto de la escisión del partido radical en la perspectiva de la fórmula diseñada por el gobierno militar para la resolución de la cuestión peronista? Una vez producida la división de la Unión Cívica Radical, dejó de haber un seguro ganador para las elecciones generales previstas para 1958. Este pequeño margen de incertidumbre sobre el resultado electoral dio lugar a que al menos uno de los partidos, la UCRI, se comportara como un claro maximizador de votos. Al hacerlo, la UCRI quebró el pacto tácito que unía a los partidos que habían apoyado a la Revolución Libertadora, por el cual los mismos aceptaban no sólo que el peronismo no podía ganar elecciones sino también que debía ser debilitado como actor político independiente. De esta forma, entonces, para asegurar su victoria, la UCRI desarrolló una estrategia que le  impidió al gobierno militar imponer su solución.
Los resultados de las elecciones para el Congreso Constituyente de 1957 mostraron la fuerza del peronismo, a pesar de su proscripción electoral, y también que la UCRI no poseía los votos necesarios para triunfar en las siguientes elecciones. Estas comprobaciones llevaron a Arturo Frondizi a suscribir un pacto con Perón. La firma de éste provocó el fracaso de la salida propiciada por el gobierno militar, ya que para asegurarse el apoyo de los votos peronistas, Frondizi tuvo que acordar con Perón y al hacerlo volvió a reconocer y a relegitimar al peronismo como un actor político independiente de la escena nacional.
En febrero de 1958, Arturo Frondizi fue elegido presidente con el apoyo del electorado peronista.


La universidad reformista: el rectorado de Risieri Frondizi

En la Universidad de Buenos Aires, la gestión del rector Ceballos culminaba en 1957 con el proceso de normalización institucional, diseñado originariamente por el breve rectorado de José Luis Romero. Durante el rectorado de Ceballos se lograron muchas de las demandas del ideario reformista: autonomía universitaria, designación de los profesores concursados, creación de las carreras de Sociología, Psicología y Ciencias de la Educación en la Facultad de Filosofía y Letras, y la elaboración del Estatuto Universitario, donde participaron estudiantes, profesores y graduados. Ceballos finalizó su gestión institucional con la constitución de nuevas autoridades universitarias, elegidas en noviembre de 1957, a través de un proceso electoral, de acuerdo al Estatuto Universitario , en el que participaron los tres claustros: profesores, graduados y estudiantes, que eligieron a Risieri Frondizi, representante del movimiento reformista, como rector de la Universidad de Buenos Aires. El año 1958 parecía inaugurar en la Argentina la “era Frondizi”: Risieri Frondizi, rector de la UBA y Arturo Frondizi, presidente de los argentinos. Risieri se había formado en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en los años ‘40, y formaba parte del grupo de los excluidos de la universidad peronista. Había participado en el Colegio Libre de Estudios Superiores, “la universidad de las sombras”, donde organizó cursos y seminarios de filosofía. En 1955, regresó de EEUU, donde se había doctorardo en Filosofía. Obtuvo por concurso el cargo de profesor titular de Ética en la Facultad de Filosofía y Letras, donde fue elegido decano en 1957, cargo al que renunció cuando fue elegido rector de la UBA.
El programa reformista fue esbozado por Risieri Frondizi en diciembre de 1957, cuando asumió el rectorado de la Universidad. Comenzaba así una nueva institucionalidad: el autogobierno universitario.
Los criterios que guiaron el discurso fundacional de la renovación universitaria estuvieron basados en tres dimensiones: la nueva universidad; los principios de la nueva reforma y la reforma y el derecho a la discrepancia. En la visión de Frondizi, la denominada nueva universidad constituiría el cumplimiento de los principios y postulados de la Reforma Universitaria de 1918, aggiornada a los nuevos tiempos. Esta nueva universidad, abierta al pueblo, en la tradición reformista universitaria constituyó un enfrentamiento a la universidad oligárquica y una critica a los aparatos institucionales apropiadores y reproductores de los saberes. En cuanto tal, significó una subversión del campo cultural oligárquico en su institución característica: la Academia.
El programa de la nueva universidad, enunciado bajo los principios de la nueva reforma, estaba inspirado en una innovación pedagógica, poniendo énfasis en:

La actividad creadora y la personalidad del estudiante. La reforma exige en primer termino, que se parta del estudiante y no del manual y en segundo termino, que tome en cuenta la actividad creadora y no se conforme con el producto de tal actividad (Frondizi cit. Ruba, 1957:619).

La puesta en marcha del programa renovador del rectorado de Risieri Frondizi implicaba una serie de cambios que comenzaban por la flexibilización de los planes de estudios, becas, cambios en los sistemas de promoción, apoyo a la investigación y la departamentalización de las Facultades.
La nueva gestión institucional apuntaba una critica en la relación universidad-sociedad: la historia mostraba que el error de la Universidad de Buenos Aires había consistido en no formar los profesionales que el país necesitaba.  La nueva universidad se presentaba así como un instrumento para la transformación y el progreso de la Argentina, lo que en la época implicaba un compromiso político-institucional que significaba convertir a la UBA en:

El oído que ausculta las necesidades del país, en el órgano que impulsa su progreso, en el guía que indica el sendero de su desarrollo material y espiritual (Frondizi cit. Ruba, 1957:621).

Esto remite a un interrogante: ¿cuál fue la estrategia institucional para acercar a la UBA con la sociedad civil? La nueva universidad recurrió a la Extensión Universitaria, que se entroncaba con la tradición reformista y con el rectorado de José Luis Romero, en cuya gestión, no hay que olvidar, fue creado y puesto en marcha el Departamento de Extensión Universitaria. Y también a la difusión de la cultura, a través de la creación de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), inspirada por Arnaldo Orfila Reynal, proveniente del movimiento reformista.  Pero la reforma pedagógica implicó también la creación de un espacio democrático donde se enfatizó “el derecho a la discrepancia”.
Sin embargo, apenas se inició el proceso de gestación de la nueva universidad, la ilusión modernizadora de la élite reformista iba a sufrir severas críticas, provenientes del campo político, por publicaciones provenientes del nacionalismo de derecha, cuyo imaginario lo hacía percibir a la Universidad como una institución dominada por comunistas, en una época - como nos recuerda José Nun (1990) - de plena vigencia de la denominada guerra fría. El comunismo aparecía asociado a los “rusos y judíos”, en “La sovietización de la Universidad de Buenos Aires”, artículo publicado en un periódico nacionalista de derecha, que en esa época tenía influencia en las Fuerzas Armadas:

El plan de copamiento de la Universidad de Buenos Aires por los comunistas, se llevó a cabo cuando Risieri Frondizi asumió el rectorado. Se buscó captar las posiciones claves e influir a través de ellas, como el Departamentos de Extensión Universitaria y la Editorial Universitaria de Buenos Aires, todos dirigidos por comunistas. La labor del Departamento de Extensión Universitaria sirve para tareas de vinculación política con organizaciones obreras comunistas. Los primeros títulos anunciados por EUDEBA revelan una desembozada orientación pro-comunista y anti-católica, también se advierte la tendencia judía que caracteriza la penetración comunista en la Universidad de Buenos Aires (Azul y blanco, 18 (II), 1958:4).

El nacionalismo de derecha y el catolicismo autoritario inauguraron así una tenaz campaña destinada a presentar la gestión modernizadora de Risieri Frondizi como un proyecto colocado bajo el signo de ideologías supuestamente negadoras de la tradición nacional, definidas a través de la expresión judíos-comunistas.

El conflicto: universidad laica versus universidad privada

No sólo fueron los nacionalistas de derecha y el catolicismo autoritario los que resistieron la ola modernizadora en la Universidad de Buenos Aires, sino que desde el gobierno del propio Arturo Frondizi, en setiembre de 1958 se decidió poner en práctica el famoso artículo 28, que como se recordará había sido dejado en suspenso en 1956 por la Revolución Libertadora.
¿Por que correspondió al presidente Frondizi el cumplimiento de la operación tendiente a la legalización definitiva de las universidades privadas? Es conveniente recordar que éste no sólo había hecho un pacto con Perón para asegurarse su triunfo electoral en febrero de 1958, sino que también había apelado al apoyo político de la Iglesia Católica, lo que implicó el cumplimiento de viejos compromisos con la jerarquía eclesiástica, ya contraídos en 1957 cuando el candidato Frondizi afirmaba que su partido no tenía, así como tampoco su futuro gobierno tendría rivalidades con la Iglesia.
¿Qué representaba en el imaginario de la elite reformista la reglamentación del artículo 28? La autorización de la creación de universidades privadas era sinónimo, en la época, de confiar a la Iglesia Católica la formación de las mentalidades y de reforzar la desigualdad social en el acceso a la enseñanza universitaria, que eran, por el contrario, los pilares sobre los que se asentaba el programa renovador de Risieri Frondizi.

La tradición reformista estaba basada en el monopolio oficial de la enseñanza, todos sus postulados lo presuponían y, en 1918, el laicismo fue piedra angular del movimiento de la Reforma de Córdoba. De ahí en más la Reforma integró la cultura política progresista, de manera a veces retórica pero siempre explícit.a en los programas de los partidos políticos: radicales, socialistas y comunistas. Es importante observar que en el imaginario de los intelectuales de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), liderada por Arturo Frondizi, la cuestión de la enseñanza universitaria se agotaba en la Reforma Universitaria, la universidad reformista era sinónimo de universidad estatal (Babini, 1984:179).

Sin embargo, en 1958, ya elegido presidente, Arturo Frondizi cumplió su promesa a los obispos: decidió reglamentar el artículo 28, que en el campo intelectual implicó un:

Traumatismo sufrido por las clases medias que no fue sino el primero de una larga serie que Arturo Frondizi reservaba a los sectores progresistas - intelectuales y universitarios- que se habían movilizado para apoyar su candidatura (Sigal, 1991:57).

La universidad entera se alzó contra la reglamentación del articulo 28. Al día siguiente de la decisión presidencial, la Federación Universitaria de Buenos Aires organizó un desfile encabezado por Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires.
El laicismo fue el eje movilizador que se entroncaba con la tradición universitaria, que en las movilizaciones organizadas por la FUBA asumió las demandas por una universidad abierta al pueblo y en contra de la elitización de la enseñanza superior que aparecía encarnado por el fantasma del articulo 28. Por su parte, los grupos que defendían la llamada enseñanza libre - que en realidad eran partidarios de la enseñanza privada - impulsados por los sectores católicos, el 15 de setiembre organizaron una concentración frente al Congreso para contrarrestar el impacto de las movilizaciones reformistas.

Se produjo así una polarización en base a la movilización que promovió fundamentalmente la Iglesia Católica a través de sus colegios secundarios y del propio gobierno, sin embargo, nunca tales manifestaciones superaron a las realizadas por el campo "laico" o reformista (Ceballos, 1985:22).

La agitación llegó a su punto culminante el 19 de setiembre. En Buenos Aires, la concentración organizada por el movimiento estudiantil reformista a través de la FUBA, movilizó entre 270.000 y 300.000 personas. En realidad, la movilización estudiantil fue la respuesta al acto del 15 de setiembre, montado por los privatistas, con innegable apoyo oficial.
La batalla conocida como “laica o libre” fue finalmente perdida por los reformistas en la Cámara de Senadores. Gracias a esto, ahora sí quedaba abierto el camino para las universidades privadas.